jueves, 27 de mayo de 2010

Participación ciudadana

A lo mejor pensar es ir recogiendo flecos y dejando otros nuevos. Hoy retomo alguno que dejé ayer, a cuentas de la Jornada sobre participación ciudadana. Quienes leen el blog habitualmente recordarán que hace unos días ya hice referencia a la polémica suscitada en relación con una consulta popular en Barcelona sobre la modificación de la avenida Diagonal, y que se había saldado con algún que otro cese y un fuerte embate político al alcalde de la ciudad condal (ver aquí). El caso de Barcelona fue un ejemplo recurrente en la jornada de ayer, con razón, de lo que no debe hacerse o no debe ser la participación ciudadana: un mecanismo de mera legitimación de decisiones ya tomadas de antemano. Estamos de acuerdo. Sabemos lo que no debe ser, pero ¿y lo que debe ser?.

No hay ninguna duda tampoco de que en la génesis de la idea —y la práctica— de lo que se llama "participación ciudadana" (que no es cualquier forma de ciudadana participación) está la preocupación por la crisis actual de la política. Se habla de desafección democrática, de crisis de legitimación, descrédito de la política y las instituciones, etc. También estamos de acuerdo en que eso es un problema. Lo que no sé si estoy de acuerdo es en la forma de enfocarlo. Les cuento.

En la jornada de ayer, el primer ponente comenzó haciendo una justificación de la necesidad de acometer políticas de participación ciudadana desde las instituciones y defendiendo el sentido mismo de la acción política. También de acuerdo. "Frente a la idea extendida entre la ciudadanía de que 'la política es el caos' —se decía expresamente— hay que reivindicar la idea de que 'la política es la solución'". Aquí ya deberíamos matizar porque eso no es automático; que sea una solución —y para qué— dependerá de "qué política" o qué forma de hacer política. En una desafortunada simplificación para defender sus tesis, el ponente ponía de ejemplo Afganistán, como muestra de lo que sucede en ausencia de la política, sin darse cuenta de que, en realidad, lo que allí ocurre ¡también es un producto de la política!.

Para situar bien la cuestión, en mi opinión, lo que hay que preguntarse es por qué la gente piensa que la politica es un caos, o por qué la política y las instituciones están tan desacreditadas, y entonces ver qué es lo que hay que cambiar y en qué medida eso que llamamos participación ciudadana puede ayudar o no a arreglar las cosas. Sin embargo, más allá de la declaración de intenciones, la sensación final que uno tiene es que eso que se llama "políticas de participación ciudadana" pueden ser también una forma de cambiarlo todo para que todo siga igual. Los responsables públicos se resisten a los mecanismos clásicos de participación —el derecho de petición, la audiencia pública, la consulta popular, la transparencia y la publicidad...— y sin embargo proponen nuevos mecanismos deliberativos, siempre que no alteren en modo alguno la dinámica propia del sistema. ¿Para qué entonces, la participación ciudadana?


P.S.: Reflexionando sobre las circunstancias que justifican esas mismas "políticas de participación ciudadana", otro de los ponentes habló de los cambios en las formas de gobernar, de las estrategias más basadas en la autoridad (esto se hace porque lo digo yo) o en la imitación, a estrategias más deliberativas o "emotivas" (sic). Supongo que se refería a las políticas basadas en el "queredme por favor". Sea lo que sea, contagiado emocionalmente yo también por todo lo que hay en el ambiente, ayer con las prisas cometí un error de números en el comentario que ya he corregido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario