martes, 18 de mayo de 2010

El runrún

1. Nos pasa a todos. Se nos olvidan acontecimientos o datos importantes, que no querríamos borrar jamás, y sin embargo nunca podremos quitarnos de la cabeza cosas que se nos quedaron grabadas a fuego —normalmente en la infancia— y cuya utilidad es nula, más allá de los momentos estelares en los que uno de repente puede recitar de seguido la alineación de un equipo de fútbol de los años 60, la lista de los alumnos de su clase cuando tenía ocho años o la letra de un cuplé que su abuela cantaba al piano cuando tenía seis años; y claro, no siempre los momentos son propicios para semejantes exhibiciones. O por ejemplo, a veces, cuando se necesita, uno no recuerda cómo se dice en inglés —o en español— una palabra de uso cotidiano, pero nunca olvidará la traducción exacta de la expresión "rígidos miriñaques". Son cosas de la memoria, que es un árbol extraño e impredecible.

2. Venía esto a cuento porque a pesar de que el día de hoy ha estado repleto de encuentros, discusiones, preguntas sin respuesta y pequeños acontecimientos —como todos, al fin y al cabo—, puestos a pensar qué contarles, me viene una y otra vez a la memoria una noticia que leí en la prensa de ayer. Seguramente, la noticia no es nueva, ustedes ya la conocen, y es de esos asuntos que imagino que los periodistas no saben si colocar en la sección de sociedad, de ciencia, o de sucesos. En todo caso, de ser verdad, que ese es otro tema, resulta muy sorprendente y llamativa. Yo la leí ayer en la edición digital del diario ABC (pueden consultarla aquí): se trata del caso de un asceta hindú llamado Prahlad Jani, que dice que lleva tiempo sin comer ni beber nada y ha sido sometido a una pruebas en un hospital bajo la supervisión de especialistas. Durante esas pruebas, según cuenta el periódico, el asceta ha estado más de quince días sin probar alimento ni líquidos, lo que insisto que, de ser cierto, resulta realmente misterioso.

Sin embargo, para mí, lo más asombroso no es eso, sino que quienes se han encargado de esas pruebas son especialistas del Departamento Científico del Ministerio de Defensa Indio y que según cuenta el periodista, el objetivo de su investigación "es conocer si esa capacidad de aguante puede transferirse de alguna manera a los soldados". ¿No les parece curioso? No claro, hoy día es lo normal: que nos encontremos ante la posibilidad de encontrar una nueva forma de sobrevivir y que nuestra preocupación principal sea cómo hacer casi inmortales a los soldados. Luego ya nos encargaremos de los que se mueren de hambre, lo primero es lo primero. La misma información añade que el yogi ha afirmado que su fortaleza se debe a un antigua meditación de yoga y a una bendición divina. E imagino que los mismos especialistas habrán decidido ponerse a rezar.

3. Pero no es el único runrún del día. El otro tiene que ver con la controversia suscitada esta mañana en la Junta de Facultad a propósito del límite de admisión de plazas de nuevo ingreso que la Universidad va a aprobar en los próximos días, y que superará con mucho las previsiones que se habían hecho en su momento para conseguir una enseñanza de calidad. ¿Cuántos alumnos debe tener un grupo o una clase en la Universidad? Depende de para qué, dirán ustedes con razón. En nuestra Universidad, en su momento, se llegó a la conclusión de que para hacer bien las cosas —enseñanza individualizada, evaluación continua, prácticas y seminarios, etc., que no sean solo la tan injustamente denostada clase magistral— los grupos debían ser de 60 alumnos. Posiblemente, la misma cifra era discutible. Y uno más, uno menos, qué más da, es verdad

Hoy, sin embargo, nos hemos enterado de que, seguramente, la propia Universidad va a aumentar esa cifra "para atender la demanda social", lo cual está muy bien; que no serán menos de 80 y, con toda probabilidad, bastantes más. La pregunta entonces se invierte. Ya no se trata de decir "¿cuál debe ser el tamaño de las clases para una enseñanza 'de calidad'?", sino al revés: "¿qué podemos hacer para que con esas clases la enseñanza parezca de calidad?". Una prueba más de que eso que se llama el plan Bolonia, cuando se desciende a lo concreto, no es más que una enorme impostura. "¿Pero alguien se creía que ese iba a ser el número de alumnos?", dice un profesor. Entonces, ¿para qué lo dijimos en su momento?¿hemos estado mintiendo a todo el mundo?¿o a qué estamos jugando en la Universidad?. Imposturas intelectuales, una vez más.

A propósito de la demanda social, también habría que plantearse, si es mejor —para esa demanda, y para los estudiantes— tener muchos alumnos con una baja tasa de éxito o menos alumnos, con una mayor tasa de éxito. Si es que eso le importa ya a alguien.

1 comentario:

  1. ¿No será que se está moviendo todo para que nada cambie?
    Oliverio Retorcido

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