Esta mañana la pasé atendiendo unas jornadas sobre participación ciudadana que no han tenido desperdicio. Por muchas razones que otro día les cuento. Iban dirigidas a responsables públicos de la administración local (alcaldes y concejales, sobre todo) y, como era de esperar, todos tenían la cabeza puesta en el vaivén de la decisión gubernamental sobre los créditos de los ayuntamientos —ya hablamos ayer de eso— y en la que se avecina con las medidas de ajuste (como ejemplo, en un momento dado, uno de los ponentes pronunció la palabra "bandazos" y se hizo un silencio sepulcral; a mi me dió la impresión de que un escalofrío recorrió el espinazo de toda la sala). Diríase que es ahora cuando hemos descubierto que gobernar es administrar recursos en contextos de escasez, y no sonreír y decir que sí a todo y a todos.
Otro día —mañana—, les cuento algo más sobre la participación, pero eso de la escasez y la crisis y la deuda de los ayuntamientos me ha hecho recordar una fábula que todos ustedes conocen: la de la cigarra y la hormiga. ¿Se acuerdan? Seguro que sí. La hormiguita laboriosa y ahorradora, pasaba el tiempo del verano trabajando y recogiendo mientras la cigarra lo desperdiciaba todo cantando y bailando. Cuando llegó el invierno, el tiempo de la escasez, la cigarra se encontró hambrienta por no haber sido previsora... Hace ya tiempo, sin embargo, que todos nos habíamos convencido de que la hormiga era una pelma y una reprimida; que eso de las virtudes previsoras estaba demodé —que no eran más que resabios calvinistas del viejo capitalismo— y que lo que ahora se llevaba, en nuestro mundo de capitalismo de casino, era vivir al día debiendo lo que fuera, qué más da, y gastando más y más como una forma de crecer ilimitadamente. Porque ese ha sido y sigue siendo el totem: la ausencia de límites, el crecimiento inagotable, el progreso indefinido...
Dicen los expertos en asuntos económicos que el problema real de la crisis española no es sólo la deuda pública (que este año cifran en algo más del 50% del PIB), sino sobre todo la deuda global del país, la resultante de sumar la deuda pública y la privada (la de familias y empresas), que podría llegar a cifras de más del 300% del PIB. O sea, que podría decirse —si yo no lo entiendo mal— que por cada euro que ganamos los españoles, en realidad debemos 3 ó 4. No todos claro, pero entre todos es lo que cuenta. Los hay que han sido hormiguitas ahorradoras y cuidadosas; los hay que se han endeudado en los límites que les permitía su ritmo de ingresos; y los hay que han sido cigarras que han ido gastando sin criterio y sin control, derrochando recursos y fumando con billetes de 500 euros. Y de estos, en todos los sitios y de todos los colores: en las familias, en las empresas —públicas y privadas— y en las instituciones.
El problema es que, llegado el invierno, los efectos de semejante dispendio no los va a pagar cada uno proporcionalmente a su derroche. Y muchos de los derrochadores son los que ahora nos dicen que esto tenemos que arreglarlo entre todos, porque al fin y al cabo, todos somos responsables, tanto las cigarras como las hormigas... Así que cuando llegó el invierno, la cigarra se acercó a la hormiga y le dijo: "Compañera, ha llegado el momento en que todos tenemos que esforzarnos solidariamente —esta palabra la dijo seria, lenta y enfáticamente, como relamiéndose—, y por eso te agradezco muy sinceramente el sacrificio que haces". Y la hormiga simplemente se quedó con un palmo de narices.
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