miércoles, 24 de noviembre de 2010

Opacidad y tecnocracia

El otro día me cuentan algunos de sus responsables que se está implantando en España un sistema centralizado de información de (y sobre) las Universidades españolas. Ello permitirá disponer de una gran cantidad de buena informacion estadística, fiable y regularmente actualizada, sobre cada una de las Universidades y sobre el conjunto del sistema universitario español: lo que nos cuesta enseñar, aprender e investigar, lo que enseñamos, aprendemos e investigamos realmente, etc. Y con qué recursos —económicos, humanos, sociales— cuenta cada Universidad y qué hace con ellos. ¿No les parece magnífico? Mi pregunta inmediata fue si los investigadores y el resto de los ciudadanos tendrán acceso a esa información. ¿No se imaginan, poder valorar en qué Universidad debería estudiar su hijo teniendo a la luz de toda esa información?¿o poder opinar con datos en la mano sobre cuáles son realmente los retos de la Universidad española, o cuál debería ser la política de esta Universidad o de aquel gobierno autonómico o central? Pero seguro que ustedes saben cual fue la respuesta a mi pregunta: No, el acceso será restringido. ¿Por qué este gusto por la opacidad, este secular miedo a la transparencia?

A veces, suelo recordar en mis clases o en mis trabajos aquellas palabras de El nacimiento de una contracultura, de Theodore Roszak, cuando alertaba, en los años sesenta sobre "el gran secreto de la democracia", que reside, decía Roszak, en su capacidad para convencernos de tres premisas relacionadas entre sí:

a) Que las necesidades vitales del hombre son (contrariamente a todo lo que han dicho todos los espíritus eminentes de la historia) de naturaleza técnica. Lo cual significa: las necesidades de nuestra humanidad competen por entero a algún tipo de análisis formal que puede ser realizado por especialistas poseedores de ciertas habilidades impenetrables, y que éstos pueden traducir directamente a un montón de programas sociales y económicos, procedimientos de dirección de personal, negociación y dispositivos mecánicos. Si un problema no tiene una solución técnica de este tipo, es que no debe ser un problema real. Es una ilusión… una ficción nacida de alguna tendencia cultural regresiva.

b) Que este análisis formal (y altamente esotérico) de nuestras necesidades ha alcanzado ya un noventa y nueve por ciento de perfección. (…) Este supuesto conduce a la conclusión de que siempre que surja una fricción social en la tecnocracia, habrá de deberse a lo que se ha dado en llamar un “fallo en la comunicación”. (…)

c) Que los expertos que han sondeado los deseos de nuestro corazón y que son los únicos que pueden seguir velando nuestras necesidades, los que saben realmente de qué hablan, resultan estar incluidos en las nóminas oficiales del estado y/o las sociedades privadas corporativas. Los expertos que cuentan son los expertos bien certificados, y éstos pertenecen todos a los niveles supremos del mando.

Los demás seguimos siendo menores de edad, y no estamos en condiciones de interpretar sus oráculos. A saber qué llegaríamos a hacer o a pensar si tuviéramos acceso a esa información.

martes, 23 de noviembre de 2010

Ideas e ideales (por María José González Ordovás)

Se lean unos u otros libros y periódicos, se escuchen unas u otras tertulias radiofónicas es bastante frecuente que hasta nosotros llegue la idea de que somos una sociedad sin ideas. Una sequía de modelos, concepciones y paradigmas estaría paralizando, o en el mejor de los casos ralentizando, el progreso y evolución humanas. En ese sentido ésta realidad nuestra, huérfana de grandes pensadores, vendría a ser un armazón nuevo con resortes viejos. Cierto es que los sociólogos han pasado a ocupar el papel que en su día perteneció a los filósofos, no sólo descriptores de lo que hay sino de lo que debiera haber o podría haber. De hecho, han sido dos prestigiosos sociólogos de primera fila, Bauman y Touraine, quienes merecidamente acaban de recibir el Premio Príncipe de Asturias a la Comunicación y Humanidades por sus valiosas contribuciones al pensamiento moderno. Pero ¿es casual esa sustitución? Los hechos, los acontecimientos pueden ser casuales pero no parece que puedan serlo las tendencias y estamos ante la presencia de una. No es éste un espacio para la exaltación de la filosofía, poco dada a los altares, sino para reflexionar sobre el porqué de su paulatino abandono. Probablemente la palabra Filosofía tenga para muchos ecos de algo, exótico y hasta esotérico, pero no es así con la Sociología. A ese olvido que la silencia y encubre poco ayuda, desde luego, el vertiginoso ritmo con que cambia todo a nuestro alrededor, el pensamiento blando propiciado por el nuevo lenguaje, el exceso de imágenes e información, el sobrante de morbo y la ausencia del tiempo y el poso preciso para la reflexión. Pero por encima de todo ello y más que ninguna otra causa, es imposible generar ideas sin ideales. Desde luego, si por ideales se entiende una pasión desenfrenada por el consumo que roza la embriaguez, una identificación entre la felicidad y la acumulación de experiencias ociosas, nosotros, sin duda alguna los tenemos. Pero si por ideales se entienden las utopías no especulativas sino espirituales, lo invisible que mueve lo visible sin pretensiones comerciales o crematísticas, mucho me temo que de eso tenemos menos. Tal vez sea momento de reparar no sólo en los medios sino también en los fines, el momento de trascender la idea clásica de la Filosofía entendida como amor a la sabiduría para pasar a una Filosofía esbozada como saber para amar (léase Enmanuel Lévinas). Pues sin amar no puede haber ideales y sin ellos no habrá ideas.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Nueva interpretación

Nueva interpretación política, de la famosa frase de Ammonio: "Amicus Plato, sed magis amicus umbilicus meus". ¿Lo dije bien?

jueves, 4 de noviembre de 2010

Tres reflexiones a propósito del comentario de ayer

Tres reflexiones —"hauerwasianas"— a propósito del ejemplo del pacifismo cristiano de los hermanos Berrigan (al que nos referíamos en el comentario anterior):

(1) La noviolencia no elude el conflicto; al contrario, más bien lo exige: conflicto con los poderes del mundo que mantienen la apariencia del orden mediante la amenaza y la violencia.

(2) Sin perjuicio del compromiso individual, la noviolencia es una apuesta esencialmente comunitaria: que se ejerce en comunidad y construye comunidad.

(3) La noviolencia no es una forma de protegerse, sino de "exponerse", una forma de búsqueda, pero no de cualquier modo ni a cualquier precio, de la justicia y la verdad —aunque esas palabras para algunos hayan perdido todo su sentido. "Ser cristiano —dice S. Hauerwas— significa que tú nunca puedes protegerte de la verdad".

Corolario: aprender eso también significa preguntarse qué es uno mismo.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Novedad editorial

La vida de los hermanos Daniel y Philip Berrigan resulta apasionante desde cualquier perspectiva. Ambos formaron parte de una generación que hizo compatible la vida espiritual y el activismo político, con figuras tan destacadas como Dorothy Day, Thomas Merton y Thich Nhat Hanh. En esta biografía se resalta su compromiso radical con el pacifismo, que les llevó a ser los primeros sacerdotes católicos encarcelados en los Estados Unidos por un motivo político. Líderes de la contestación a la Guerra de Vietnam, sus actos de desobediencia civil, vivida como imperativo moral, inspiraron a numerosos grupos a lo largo y ancho del país. El movimiento Plowshares, que fundaron en 1980 y que pervive en la actualidad, extendió la lucha antinuclear no-violenta a otros continentes. En el caso de Daniel, el activismo político, la creación de una cultura de paz y su fidelidad a su vocación jesuita están íntimamente ligados a su faceta de escritor. Este trabajo incluye también la entrevista que los autores le realizaron en agosto de 2009.

Andrés García Inda y Bárbara Arizti Martín: Los hermanos Berrigan, Instituto Emmanuel Mounier. Colección Sinergia. Serie verde núm. 38, 2010, 137 págs. (http://www.mounier.es/ )

martes, 2 de noviembre de 2010

Mito e historia

Ayer por la tarde, trabajando con la radio puesta, escucho como rumor de fondo una tertulia en la que los participantes conversan sobre los grandes inventos de la humanidad. Uno de los tertulianos subraya la gran contribución al desarrollo científico que se hizo en el mundo helenístico y la brecha que, en su opinión, se introduce con la aparición del cristianismo y la Iglesia Católica, que supone el freno definitivo a ese desarrollo de la ciencia y la razón —una "edad oscura"— hasta la aparición, dice expresamente el tertuliano, de Nicolás de Cusa y Roger Bacon. Como todas las tertulias radiofónicas suelen ser bastante homogéneas, nadie le corrige, claro.

El comentario me despierta de mi letargo radiofónico. Es el argumento típico, y políticamente correcto en los tiempos que corren, para situarse del lado del progreso y la razón frente a la oscuridad del mito. Pero por mucho que se repita no deja de ser falso históricamente. Como muestra un botón: quizás el tertuliano olvidó que Roger Bacon era un fraile franciscano —que, ciertamente, y como tantos otros antes y despues de él, tuvo problemas con sus superiores por sus críticas al modelo aristotélico— y que Nicolás de Cusa era un sacerdote y teólogo católico, estrecho colaborador del entonces Papa, que le nombró cardenal.

Pero no son los únicos ejemplos. Si Vds. quieren profundizar en ello, les recomiendo la lectura del libro de David Bentley Hart: Atheist Delusions. The Christian Revolution and Its Fashionable Enemies (Yale University Press, 2009). Para desmitificar los mitos del discurso presuntamente antimitológico (y perdón por el trabalenguas).