jueves, 27 de enero de 2011

Asociacionismo universitario

Interesante comentario, a cargo de Oriol Valentí, en el blog "Abogares", a propósito del asociacionismo universitario (pueden verlo aquí): "En la Universidad de Oxford hay cerca de 21.000 estudiantes y más de 400 asociaciones vinculadas a éstos. Entre la UB, la UPF y la UAB suman cerca de 150.000 alumnos y 180 asociaciones, muchas de ellas vinculadas a partidos políticos. ¿Por qué, pues, el mundo asociativo tiene más implantación entre los jóvenes anglosajones que entre los españoles? ¿Cuáles son los motivos que llevan a ambas sociedades a comportarse de formas tan distintas?" El comentario apunta tres posibles razones: la utilidad que tienen para los propios estudianes, cuya inserción en la actividad universitaria no es puramente académica, sino vital; el apoyo institucional; y el reconocimiento social que tiene el hecho asociativo. Este último tiene mucho que ver con el contexto social. La universidad no es diferente de la sociedad en la que vive y su asociacionismo, el de estudiantes y profesores no se va a diferenciar gran cosa del resto de sus conciudadanos. Pero eso no es una excusa.

domingo, 16 de enero de 2011

Los mensajes del miedo

A veces llegan a puñados, y seguro que a ustedes también: mensajes sombríos que viajan por el ciberespacio con alarmas de todo tipo y van pasando de mano en mano, de ordenador a ordenador, hasta llegar a tu bandeja de entrada del correo electrónico: alertando sobre los riesgos de utilizar determinadas tecnologías, sobre el peligro que conlleva el uso de algunos productos, sobre sucesos curiosos y dramáticos... Muchos seguramente son falsos; algunos tal vez son ciertos; pero todos tienen un denominador común: te cuentan una pesadilla supuestamente real y te avisan de que lo que ha sucedido es porque alguien cayó en la trampa de ayudar a alguien que en realidad lo que pretendía era estafarle, robarle, secuestrarle..., así que —dicen expresamente— "por favor, si alguien les solicita ayuda, no lo hagan". Posiblemente ese es el núcleo del mensaje, la conclusión que adornaron con luctuosos sucesos, dramáticas historias de suspense —muchas, seguramente, falsas; algunas, probablemente, ciertas—, la moraleja o idea central, convertida en la nueva ética de cabecera para sobrevivir en la sociedad del mal agüero, y que va pasando de mano en mano, de ordenador en ordenador, articulando una sólida e imperceptible cadena del miedo.



domingo, 2 de enero de 2011

Palabras que caducan

P. tiene seis años. A veces, cuando quiere decir algo y no encuentra la palabra adecuada se queda quieto, con la mirada perdida y frunciendo los labios, como en señal de esfuerzo, pensando y rebuscando en su memoria —que es como un pequeño cajón desordenado y lleno de sorpresas— las palabras necesarias; e inmediatamente se queja de que éstas, las palabras, le "caducan". Posiblemente tiene razón. Suele decirse que las palabras se desgastan; y es verdad, a veces se convierten en instrumentos romos e inútiles: tijeras que no cortan, paños que no limpian, bálsamos que no curan, agua que ni lava ni sacia la sed. A veces por el desuso y a veces por el abuso. Y otras, supongo, porque tienen fecha de caducidad. En ocasiones, las palabras caducan.

Empieza el año. El día es fresco y agradable, como el frescor de sábanas nuevas de la primera madrugada del mundo, y como P., por un momento, me pongo a buscar las palabras que lo nombren, que sirvan no sólo para expresar este momento, sino para crearlo. Pero no consigo encontrarlas —mi memoria es un enorme y aburrido baúl desordenado—, me han caducado.