Ayer, excursión rápida, intensa y muy divertida por el maestrazgo turolense. Está casi garantizado, si viajas con personas inteligentes, que el viaje lo va a ser. Los parajes del maestrazgo invitan a la resistencia y la contemplación (seguramente no hay lo uno sin lo otro) y en los pueblos, la soledad milenaria de estas tierras parece inevitable, atizada —además de por la historia— por un violento y helador cierzo que no se sabe si trae el olvido o la memoria, si anuncia o viene a borrar toda esperanza. Seguramente no es el viento el que silba cuando araña los arbustos y las piedras, pienso, sino que son estas las que gimen alguna canción desconocida.
Así estamos, de susurro en susurro, cuando paseando por Mirambel la música se interrumpe bruscamente. Entre las calles desiertas un viejo lugareño nos saluda. Le respondemos y nos pregunta, a medias con la amabilidad y la ironía de una vieja dignidad y el administrativo respeto que imponen las categorías de un mundo visto a través del telediario y el bando oficial:
— "¿Son ustedes los turistas?"
Lo habíamos olvidado. Sólo somos eso.
Así estamos, de susurro en susurro, cuando paseando por Mirambel la música se interrumpe bruscamente. Entre las calles desiertas un viejo lugareño nos saluda. Le respondemos y nos pregunta, a medias con la amabilidad y la ironía de una vieja dignidad y el administrativo respeto que imponen las categorías de un mundo visto a través del telediario y el bando oficial:
— "¿Son ustedes los turistas?"
Lo habíamos olvidado. Sólo somos eso.
Los turistas no ven más allá de las piedras medievales de la plaza de Cantavieja. No ven la soledad milenaria, ni el olvido y no son capaces de escuchar esa canción desconocida. Yo estuve allí y también lo ví.
ResponderEliminarFue un viaje intenso, rápido y divertido, pero no turístico. Fue inteligente y terapéutico
Alf