Disculpen ustedes un título tan cacofónico; retórica kantiana, mas sólo retórica, supongo. El caso es que he tenido conocimiento de otro manifiesto, "críticos y ciudadanos", impulsado por un grupo de científicos e intelectuales que denuncian lo que en su opinión es una campaña de desprestigio contra quienes adoptan públicamente posiciones críticas con determinados poderes, y reivindican el papel de los intelectuales y universitarios como conciencia crítica de la sociedad. Al parecer, está previsto que el manifesto se presente en un acto público —y crítico, imagino— el próximo miércoles 9 de junio. Para más información, ver aquí.
No me cabe ninguna duda de que la actividad científico-universitaria debe ser crítica, en el sentido en el que lo aprendí de Bourdieu: como desvelamiento de lo que permanece oculto, desconocido (a veces por el hecho de ser "inconscientemente reconocido"), como impulso y apertura hacia nuevas posibilidades, (lo "inédito viable", que decía Freire); es el hecho de ser auténticamente científica (o universitaria), lo que hace que la actividad sea crítica, y no al revés. ¿Y cuándo es auténticamente universitaria, verdad?, se preguntarán ustedes. He ahí la cuestión; discutámoslo. Es la propia discusión racional, abierta, respetuosa, libre, la que puede ayudarnos a responder a esa pregunta. Por eso mismo, la propia actividad intelectual también está sometida a crítica. En eso radica el principio de la reflexividad: la idea de que las propias afirmaciones del científico —o del universitario, o del intelectual— deben ser sometidos a sus mismos instrumentos de análisis. Y más allá de eso, está expuesta a la crítica social.
Entre los promotores del manifiesto hay personas con las que he aprendido y disfrutado mucho leyendo sus libros, y entre los firmantes encuentro también algunos conocidos. Todos ellos, especialistas reconocidos, con innegables méritos; y muchos de ellos, no tienen ninguna dificultad para expresarse a través de los medios de comunicación de masas, para publicar sus libros en las editoriales de gran distribución, dirigen revistas prestigiosas de enorme difusión, manejan importantes fondos para sus investigaciones, participan en comités, agencias, tribunales... ¿Por qué entonces piensan que su actividad crítica está en peligro?
Posiblemente, es verdad que la actividad científica y universitaria no pasa por momentos muy fáciles. En parte, por méritos propios y en parte, sin duda, debido a circunstancias ajenas. Pero algunas de la alusiones que hace veladamente el manifiesto a debates recientes —como los suscitados a propósito de la polémica judicial en torno al juez Garzón— sitúa la cuestión en otros términos. Porque en buena medida lo que se suscita en casos como ese es un debate —crítico— entre diferentes intelectuales y universitarios, con puntos de vista diversos sobre la cuestión. El problema que se plantea entonces no es una "agresión" al mundo intelectual, sino una crítica al mismo mundo intelectual, o a parte de él, desde otras posiciones.
Está bien que los intelectuales se comprometan —o nos comprometamos— en esa actividad reflexiva que supone contribuir a la construcción de la realidad social. Pero siendo conscientes de que esa actividad presuntamente "crítica" es también fuente de poder —y de legitimación. Hay quienes —como Maffessoli, Morin, y otros— han venido a subrayar que el pensamiento "crítico" en ocasiones no sirve sino para confortar los conformismos. Y como intelectuales no deberíamos olvidar que la "crítica" no es exclusiva de nadie, de la misma manera que los obispos no tienen la del Espíritu Santo...
No me cabe ninguna duda de que la actividad científico-universitaria debe ser crítica, en el sentido en el que lo aprendí de Bourdieu: como desvelamiento de lo que permanece oculto, desconocido (a veces por el hecho de ser "inconscientemente reconocido"), como impulso y apertura hacia nuevas posibilidades, (lo "inédito viable", que decía Freire); es el hecho de ser auténticamente científica (o universitaria), lo que hace que la actividad sea crítica, y no al revés. ¿Y cuándo es auténticamente universitaria, verdad?, se preguntarán ustedes. He ahí la cuestión; discutámoslo. Es la propia discusión racional, abierta, respetuosa, libre, la que puede ayudarnos a responder a esa pregunta. Por eso mismo, la propia actividad intelectual también está sometida a crítica. En eso radica el principio de la reflexividad: la idea de que las propias afirmaciones del científico —o del universitario, o del intelectual— deben ser sometidos a sus mismos instrumentos de análisis. Y más allá de eso, está expuesta a la crítica social.
Entre los promotores del manifiesto hay personas con las que he aprendido y disfrutado mucho leyendo sus libros, y entre los firmantes encuentro también algunos conocidos. Todos ellos, especialistas reconocidos, con innegables méritos; y muchos de ellos, no tienen ninguna dificultad para expresarse a través de los medios de comunicación de masas, para publicar sus libros en las editoriales de gran distribución, dirigen revistas prestigiosas de enorme difusión, manejan importantes fondos para sus investigaciones, participan en comités, agencias, tribunales... ¿Por qué entonces piensan que su actividad crítica está en peligro?
Posiblemente, es verdad que la actividad científica y universitaria no pasa por momentos muy fáciles. En parte, por méritos propios y en parte, sin duda, debido a circunstancias ajenas. Pero algunas de la alusiones que hace veladamente el manifiesto a debates recientes —como los suscitados a propósito de la polémica judicial en torno al juez Garzón— sitúa la cuestión en otros términos. Porque en buena medida lo que se suscita en casos como ese es un debate —crítico— entre diferentes intelectuales y universitarios, con puntos de vista diversos sobre la cuestión. El problema que se plantea entonces no es una "agresión" al mundo intelectual, sino una crítica al mismo mundo intelectual, o a parte de él, desde otras posiciones.
Está bien que los intelectuales se comprometan —o nos comprometamos— en esa actividad reflexiva que supone contribuir a la construcción de la realidad social. Pero siendo conscientes de que esa actividad presuntamente "crítica" es también fuente de poder —y de legitimación. Hay quienes —como Maffessoli, Morin, y otros— han venido a subrayar que el pensamiento "crítico" en ocasiones no sirve sino para confortar los conformismos. Y como intelectuales no deberíamos olvidar que la "crítica" no es exclusiva de nadie, de la misma manera que los obispos no tienen la del Espíritu Santo...