miércoles, 30 de junio de 2010

Música de baile

Ya es tarde, pero como es verano, el cielo verdoso conserva aún la luz del sol ya desaparecido del escenario. La noche se predice luminosa. Me asomo a la ventana, a disfrutar del silencio y la temperatura —la tregua nocturna al calor sofocante. Aquí y allá, en alguna ventana a oscuras, alguien hace lo mismo que yo, con la mirada puesta más allá de todo, como si tratara de adivinar algún oráculo en las volutas de humo de su cigarro. Y supongo que, como yo, escuchándose.

Entre los sonidos que llegan de no sé donde, creo percibir lejana, como amortiguada, música de baile. Puede venir de cualquier parte. Tal vez es el eco de algún programa de televisión, pero no lo parece. A mi me recuerda la música que, de niño, me servía de arrullo los fines de semana, en noches como esta, cuando había baile en el local en frente de casa en el pueblo donde vivía. Mientras yo miraba al techo, fijando la mirada en alguna delgada línea de luz que entrara por la puerta o la ventana, un runrún de baladas o pasodobles se colaba por todas las rendijas para iluminar la noche.

Aguzo el oído, tratando de cerciorarme de la música y de su procedencia, pero resulta imposible e incluso parece apagarse. Tal vez es sólo un recuerdo de aquellas noches de la infancia o tal vez es un regalo anónimo, como entonces.

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