martes, 15 de junio de 2010

La radicalidad del perdón

Hace ya unos cuantos años, un compañero de universidad me dijo, en alusión al cristianismo, que él no podía creer en una religión que permitía que alguien fuera un canalla toda su vida —en realidad utilizó palabras peores— y pudiera redimirse o salvarse en el último momento antes de morir. Me acordé de ello hace poco, leyendo un artículo de opinión en un periódico digital, en el que se ironizaba sobre el perdón a los curas pederastas. El artículo se refería al perdón "cristiano", al que presentaba como una especie de máquina quitamanchas estilo "yo me lo guiso yo me lo como", pero en el fondo se extendía al perdón "en general", y apuntaba sin querer una cuestión de fondo: ¿existe lo imperdonable?¿tenemos "derecho" al perdón?¿qué es entonces el perdón? Me he acordado de esos dos ejemplos leyendo un artículo magnífico de Mª José Bernuz sobre el Derecho y el perdón (publicado en un libro coordinado por ella misma y por Raúl Susín bajo el título Seguridad, excepción y nuevas realidades jurídicas, Editorial Comares, 2010), que plantea precisamente esas cuestiones.

No es difícil ironizar o ridiculizar en ocasiones la propia idea del perdón. Vivimos además tiempos que, como dice la propia Mª José Bernuz, culturalmente no son un buen caldo de cultivo para la experiencia del perdón (el individualismo social, la hegemonía de la cultura de la venganza, etc.), quizás además porque el perdón exige cierta radicalidad: implica algo así como la posibilidad de empezar de nuevo. Desde un punto de vista cultural, uno pensaría que —sin que tenga por qué ser una aportación suya exclusiva—, es uno de los aspectos más radicales y una de las mayores contribuciones que ha hecho el pensamiento cristiano (y que a veces pasa desapercibido): una especie de válvula de escape que permite desactivar el odio y el dolor.

Eso no significa que sea fácil, ¡ni automático!. Ni que siempre se consiga. La teología católica diseñó un "procedimiento" que, por más que pueda ser frivolizado y ridiculizado, contenía todo un proceso psico-sociológico que, tomado en serio, desborda con mucho la versión fácil y "aritmética" de la máquina quitamanchas que algunos —los propios católicos los que más— han hecho del perdón (recuerden: examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de enmienda, cumplir la penitencia...), y que de alguna manera venía a establecer las "condiciones" que hacían posible ese "empezar de nuevo". Pero empezar de nuevo no es lo mismo que "reiniciar", porque como dice Joan-Carles Mèlich en su Ética de la compasión, "no puede confundirse comienzo con origen".

El año pasado se estrenó la película Cinco minutos de gloria, del director Olivier Hirschbiegel, protagonizada por Liam Neeson y James Nesbitt. La pregunta que plantea la película es la misma: ¿todo se puede perdonar? Hay quienes responden negativamente a esa pregunta, diciendo que existe lo imperdonable. Pero quizás, si lo tomamos en serio, radicalmente, el perdón tiene sentido precisamente cuando es difícil perdonar. Jankélevitch —nos recuerda Mª José Bernuz— dice que "el perdón está pensado precisamente para los casos desesperados o incurables", y Derrida afirma que el perdón, si lo es, siempre es excepcional y extraordinario: es una ética más allá de la ética. Es decir, más allá del deber. Vean ustedes la película. Lean el artículo de Mª José. Y opinen.


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