jueves, 10 de junio de 2010

Las cosas que no pasan


"Como a veces ocurre, en un momento dado el tiempo se detuvo

y ese momento duró más que cualquier otro. Y el sonido se detuvo,
y el momento se detuvo durante mucho tiempo,
mucho más tiempo que un momento"


John Steinbeck, De ratones y hombres.


Paso un rato asomado a la ventana de la cocina, contemplando la tarde. La vista es la de un amplio patio de vecindad, formado por los patios traseros de los edificios de toda la manzana. La temperatura es agradable. Es el momento en que la luz del sol aún lo inunda todo y las nubes, lejos de entristecer el cielo, lo alegran, como celebrando la cotidiana despedida.

No se ve a nadie en todo el patio de vecinos. Se diría que el único signo de vida son las banderas de ropa tendida que como guirnaldas ondean suavemente en todas las fachadas, de no ser por los sonidos que de todos lados llegan por las ventanas abiertas: voces aisladas que desaparecen, el canto de los canarios que se llaman de una galería a otra, un repique de martillos y taladros de alguna vivienda en obras, la respiración continua de una máquina de aire acondicionado, el rumor de un programa de radio, los gritos de algunos niños que juegan, el ruido lejano de las bocinas y el tráfico de coches...

Al escucharlo junto, todo parece formar un melisma de extraña armonía, como un monocorde canto ritual, o una involuntaria alabanza a lo que es o a lo que sea; un canto que se interrumpe momentánea e imperceptiblemente, por un instante, e incluso el viento parece haberse detenido, como si nada ni nadie existiera. Es sólo una décima de segundo, hasta que se oye una risa discreta y lejana, de mujer. Y todo recomienza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario