Leyendo la Autobiografía sin vida de Félix de Azúa, una especie de reflexión (ensayo), narración (novela) y memoria (autobiografía), todo junto, sobre el sentido de la experiencia estética, y una invitación a pensar sobre la ineludible presencia e importancia de los signos en nuestra existencia humana. Somos animales simbólicos: "los símbolos son imprescindibles —dice en una entrevista publicada en la «Revista de Letras» a propósito del libro y que puede leerse aquí—. Es imposible vivir sin ellos. Yo los llamo signos, porque 'símbolo' no es exactamente el concepto apropiado, tal y como lo concibo en el libro. Ahora, por ejemplo, hay mucha gente que cree que no cree. Y es la gente que más cree. Da igual que creamos o no en Dios. El que no cree que Dios existe es el Estado y esa es la realidad verdadera. Nuestras leyes no dependen de la existencia de Dios, cosa que no sucede en el Islam, cuyas leyes obedecen a su teología. Bien, una vez eliminada la creencia en Dios, el núcleo estalla, se produce una metástasis y empezamos a creer en dos mil cosas. Basta ir a un partido del Barça para darse cuenta de que estamos asistiendo a una ceremonia religiosa de principio a fin y que los apasionados seguidores que gritan, lloran y ondean sus banderas son exactamente igual que los chiítas que se fustigan en las procesiones. Pura religión. Desaparece la religión oficial y aparecen cinco mil subterráneas. Esos son los signos".
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