miércoles, 30 de junio de 2010

Música de baile

Ya es tarde, pero como es verano, el cielo verdoso conserva aún la luz del sol ya desaparecido del escenario. La noche se predice luminosa. Me asomo a la ventana, a disfrutar del silencio y la temperatura —la tregua nocturna al calor sofocante. Aquí y allá, en alguna ventana a oscuras, alguien hace lo mismo que yo, con la mirada puesta más allá de todo, como si tratara de adivinar algún oráculo en las volutas de humo de su cigarro. Y supongo que, como yo, escuchándose.

Entre los sonidos que llegan de no sé donde, creo percibir lejana, como amortiguada, música de baile. Puede venir de cualquier parte. Tal vez es el eco de algún programa de televisión, pero no lo parece. A mi me recuerda la música que, de niño, me servía de arrullo los fines de semana, en noches como esta, cuando había baile en el local en frente de casa en el pueblo donde vivía. Mientras yo miraba al techo, fijando la mirada en alguna delgada línea de luz que entrara por la puerta o la ventana, un runrún de baladas o pasodobles se colaba por todas las rendijas para iluminar la noche.

Aguzo el oído, tratando de cerciorarme de la música y de su procedencia, pero resulta imposible e incluso parece apagarse. Tal vez es sólo un recuerdo de aquellas noches de la infancia o tal vez es un regalo anónimo, como entonces.

viernes, 25 de junio de 2010

Tempus

P. me cuenta, sorprendida, que acaba de llegarle por correo un libro que es el fruto de unas jornadas en las que ella participó como ponente hace ahora ¡15 años!. Cuando me lo cuenta, me acuerdo cómo se gestó la película El gran silencio, de Philip Gröning, en la que se retrata la vida cotidiana en un monasterio cartujo en los Alpes franceses: en 1984 Gröning pidió permiso a la orden de los cartujos para rodar la película y recibió la respuesta dieciséis años después.

Indudablemente, si resistieron el test del paso del tiempo es que tanto el libro como la película merecían la pena, pero tampoco cabe duda de que ambos son dos signos profundamente contraculturales en los tiempos que vivimos, una de cuyas características más importantes es la rapidez, por no decir la inmediatez: tiempo líquido, que diría Z. Bauman. Antes, cuando escribías algo, tus maestros te recomendaban que lo metieras en un cajón y dejaras pasar un tiempo prudencial, para dejarlo "madurar"; ahora a todo hay que darle salida inmediata, para que no pierda una "actualidad" que en realidad no significa sino estar a la moda; y nuestros discursos parecen cada vez más como la fruta que venden en los supermercados: se cogió del árbol antes de que madurara para poder venderla; se metió en una cámara frigorífica y, al poco de sacarla, se pudre sin llegar a adquirir todo su sabor. Nos metemos toda la prisa del mundo con unas cosas y en cambio, aquellas que requieren una pronta respuesta, las dejamos morir de risa en la bandeja de asuntos urgentes (ya saben ustedes aquello que se contaba de Franco: que en su mesa de trabajo había dos montones de papeles, uno con los asuntos que el tiempo había resuelto y otro con los asuntos que el tiempo resolverá).

En fin, que nos preocupa a menudo cuál es o debe ser nuestro estilo de vida y olvidamos la importancia que tiene el ritmo de la misma. Pero disculpen que lo deje aquí: no tengo tiempo de más, porque voy con prisa, acabo rápidamente este efímero comentario y me voy corriendo. Volat irreparabile tempus.

miércoles, 23 de junio de 2010

Marcas en el agua

Hoy por la mañana, acudo a la toma de posesión del Decano de mi Facultad. Es un acto formal, plano, como tantos otros a los que he asistido y en los que he participado, repleto de autoridades académicas, civiles y militares —solo faltan las eclesiásticas, pienso, pero eso ya no se lleva. En los discursos, entre los agradecimientos de rigor y los tópicos de costumbre, todos los intervinientes abundan en varias ocasiones en una idea que es común en este tipo de discursos: el inmenso sacrificio que supone para las autoridades el desempeño de su cargo, una tarea "ingrata", repiten varias veces. Es parte de la retórica con la que toda autoridad tiende a justificarse, porque en realidad para (casi) todos ellos, estar ahí no supone ningún sacrificio: les gusta lo que hacen y en ocasiones han luchado a brazo partido para estar donde están y aún más arriba —todo llegará. No es lo mismo un "cargo" que un "encargado", pienso. Aunque, a decir verdad, entre los que escuchan hay de todo.

Por la tarde, en casa, voy devorando lentamente un librito que es una pequeña joya: Marcas en el camino, una suerte de diario espiritual escrito por Dag Hammarskjöld, el político y diplomático sueco que fue Secretario General de Naciones Unidas entre 1953 y 1961 y premio Nóbel de la paz (póstumo), y que el año pasado se publicó en español. Todo el diario parece estar presidido por la idea de que vivir plenamente no consiste en ir dejando huellas, sino en borrarlas, porque "solo la mano que borra / puede escribir la palabra justa" (Bertil Malmberg): "El verdadero sacrificio es el que acepta aparecer ante el mundo como lo contrario de un sacrificio"; "Sólo es digno de su poder quien diariamente lo justifica"...

Cierro el libro, y espero que ojalá entre las autoridades que inundaban el Aula Magna de la facultad esta mañana, alguien está escribiendo un diario semejante, que algunos pudieran leer el día de mañana como marcas en la arena. O en el agua.

martes, 22 de junio de 2010

"Ser débil y saberlo"

La verdadera diferencia no está entre los débiles y los fuertes, sino entre quienes saben que son débiles y quienes no saben que lo son.

lunes, 21 de junio de 2010

Confusión

No pocas veces, confundimos la lucidez con el lucimiento: La llama que ilumina con el brillo que relumbra.

domingo, 20 de junio de 2010

viernes, 18 de junio de 2010

En medio

Tarde calurosa, con el sol como enrabietado entre grandes nubes, como anuncio de verano. Ayer, la misma escena, pero con distinta temperatura, parecía un presagio del otoño. Es lo que tiene la primavera, que está en el medio. Nepantla.

Paseo por la calle, contagiado por la natural perplejidad del clima. Hoy es el último día del colegio, y me encuentro con familias que parecen salir de lo que ha debido ser el festival de fin de curso. En una de ellas mientras andan por la acera —su hermano arrastrando la mochila repleta de libros y sus padres cargados con más cosas— la hija mayor, de unos 12 años, va recitando a voz en grito lo que parece ser un cuento que ella misma ha escrito. Lo hace de forma pedante, distanciando el papel de la mirada, con la voz impostada y las maneras repipis de una actriz de película de Disney: "Aquel día... —declama— fue el último que supe lo que era la alegría... ". Resulta tan artificial su narración que por más que ella se esfuerza nadie parece escucharla, aunque todos la oyen. No tiene la frescura del relato de una niña, ni sus palabras rezuman un dolor verdadero. Quizás juega a ser mayor sin serlo. O está en el medio.

martes, 15 de junio de 2010

La radicalidad del perdón

Hace ya unos cuantos años, un compañero de universidad me dijo, en alusión al cristianismo, que él no podía creer en una religión que permitía que alguien fuera un canalla toda su vida —en realidad utilizó palabras peores— y pudiera redimirse o salvarse en el último momento antes de morir. Me acordé de ello hace poco, leyendo un artículo de opinión en un periódico digital, en el que se ironizaba sobre el perdón a los curas pederastas. El artículo se refería al perdón "cristiano", al que presentaba como una especie de máquina quitamanchas estilo "yo me lo guiso yo me lo como", pero en el fondo se extendía al perdón "en general", y apuntaba sin querer una cuestión de fondo: ¿existe lo imperdonable?¿tenemos "derecho" al perdón?¿qué es entonces el perdón? Me he acordado de esos dos ejemplos leyendo un artículo magnífico de Mª José Bernuz sobre el Derecho y el perdón (publicado en un libro coordinado por ella misma y por Raúl Susín bajo el título Seguridad, excepción y nuevas realidades jurídicas, Editorial Comares, 2010), que plantea precisamente esas cuestiones.

No es difícil ironizar o ridiculizar en ocasiones la propia idea del perdón. Vivimos además tiempos que, como dice la propia Mª José Bernuz, culturalmente no son un buen caldo de cultivo para la experiencia del perdón (el individualismo social, la hegemonía de la cultura de la venganza, etc.), quizás además porque el perdón exige cierta radicalidad: implica algo así como la posibilidad de empezar de nuevo. Desde un punto de vista cultural, uno pensaría que —sin que tenga por qué ser una aportación suya exclusiva—, es uno de los aspectos más radicales y una de las mayores contribuciones que ha hecho el pensamiento cristiano (y que a veces pasa desapercibido): una especie de válvula de escape que permite desactivar el odio y el dolor.

Eso no significa que sea fácil, ¡ni automático!. Ni que siempre se consiga. La teología católica diseñó un "procedimiento" que, por más que pueda ser frivolizado y ridiculizado, contenía todo un proceso psico-sociológico que, tomado en serio, desborda con mucho la versión fácil y "aritmética" de la máquina quitamanchas que algunos —los propios católicos los que más— han hecho del perdón (recuerden: examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de enmienda, cumplir la penitencia...), y que de alguna manera venía a establecer las "condiciones" que hacían posible ese "empezar de nuevo". Pero empezar de nuevo no es lo mismo que "reiniciar", porque como dice Joan-Carles Mèlich en su Ética de la compasión, "no puede confundirse comienzo con origen".

El año pasado se estrenó la película Cinco minutos de gloria, del director Olivier Hirschbiegel, protagonizada por Liam Neeson y James Nesbitt. La pregunta que plantea la película es la misma: ¿todo se puede perdonar? Hay quienes responden negativamente a esa pregunta, diciendo que existe lo imperdonable. Pero quizás, si lo tomamos en serio, radicalmente, el perdón tiene sentido precisamente cuando es difícil perdonar. Jankélevitch —nos recuerda Mª José Bernuz— dice que "el perdón está pensado precisamente para los casos desesperados o incurables", y Derrida afirma que el perdón, si lo es, siempre es excepcional y extraordinario: es una ética más allá de la ética. Es decir, más allá del deber. Vean ustedes la película. Lean el artículo de Mª José. Y opinen.


lunes, 14 de junio de 2010

sábado, 12 de junio de 2010

Todos vosotros

Ayer, hasta tarde, en casa de A. evaluando el curso con los compañeros —hermanos y hermanas— del grupo de la CVX "Pepo Olmos", agradeciendo tanto bien recibido. Tomo prestadas las palabras...

Porque la vida, pese a todo, importa y con ella resistimos,
así puedas tú abrirme y escucharme:
que aquí se te invita a levantarte.

Por detrás del precipicio,
clarea urgente el canto de la espiga
desde el suelo que sois todos vosotros.

... de Quique Falcón, de su antología Para un tiempo herido (que, por cierto, está dedicada in memoriam a Pepo Olmos).

jueves, 10 de junio de 2010

Las cosas que no pasan


"Como a veces ocurre, en un momento dado el tiempo se detuvo

y ese momento duró más que cualquier otro. Y el sonido se detuvo,
y el momento se detuvo durante mucho tiempo,
mucho más tiempo que un momento"


John Steinbeck, De ratones y hombres.


Paso un rato asomado a la ventana de la cocina, contemplando la tarde. La vista es la de un amplio patio de vecindad, formado por los patios traseros de los edificios de toda la manzana. La temperatura es agradable. Es el momento en que la luz del sol aún lo inunda todo y las nubes, lejos de entristecer el cielo, lo alegran, como celebrando la cotidiana despedida.

No se ve a nadie en todo el patio de vecinos. Se diría que el único signo de vida son las banderas de ropa tendida que como guirnaldas ondean suavemente en todas las fachadas, de no ser por los sonidos que de todos lados llegan por las ventanas abiertas: voces aisladas que desaparecen, el canto de los canarios que se llaman de una galería a otra, un repique de martillos y taladros de alguna vivienda en obras, la respiración continua de una máquina de aire acondicionado, el rumor de un programa de radio, los gritos de algunos niños que juegan, el ruido lejano de las bocinas y el tráfico de coches...

Al escucharlo junto, todo parece formar un melisma de extraña armonía, como un monocorde canto ritual, o una involuntaria alabanza a lo que es o a lo que sea; un canto que se interrumpe momentánea e imperceptiblemente, por un instante, e incluso el viento parece haberse detenido, como si nada ni nadie existiera. Es sólo una décima de segundo, hasta que se oye una risa discreta y lejana, de mujer. Y todo recomienza.

miércoles, 9 de junio de 2010

Una antigua leyenda japonesa

Releyendo otras cosas, hoy me he reencontrado con esta antigua leyenda japonesa, contada por el escritor José Luis Sampedro:
«En un antiguo monasterio el monje jardinero llevaba varias semanas preocupado. Había anunciado su visita el abad de otro cenobio cuyo jardín era reputadísimo, e importaba no desmerecer ante sus ojos. Para eso el monje venía perfeccionando el pequeño microcosmos de su jardín, repasando las ondas de arena finísima que representaban el océano, tallando el boj delimitador, aclarando el musgo y los líquenes que envejecían la roca central, símbolo de la montaña sustentadora del cielo. La víspera de la anunciada visita su propio abad acudió a felicitarle, pero el monje se sentía inquieto ante su jardín: algo faltaba. De pronto tuvo una inspiración. Se acerco al cerezo que descollaba entre los arbustos y sacudiéndolo con cuidado logró desprender de una rama la primera hoja del otoño. La hoja osciló despacio en su caída y se convirtió en una mancha amarillenta sobre el verdor impoluto del césped. El monje sonrió: el jardín perfecto quedaba completado con la imperfección. Ahora sí representaba el cosmos.»

(Sampedro la recogió en su discurso de ingreso en la Real Academia Española de la Lengua, titulado Desde la frontera, y que puede leerse aquí)

martes, 8 de junio de 2010

Huelga

Para los funcionarios públicos en España hoy era día de huelga. Una huelga fundamentalmente testimonial, en el doble sentido que suele dársele a esa palabra. Primero, porque el seguimiento, como se preveía, parece haber sido más bien escaso; y segundo, porque el objetivo de la misma, como se sabía, no era sino «dar testimonio» del malestar de los funcionarios públicos ante las medidas de ajuste adoptadas por el gobierno. En ese sentido, más que una huelga estrictamente laboral, lo que se perseguía era una movilización política, como las propias organizaciones convocantes han venido planteando expresamente: no aspiraban a conseguir un objetivo concreto (la derogación del decreto, la supresión de una medida concreta, la dimisión de alguien...), sino que más bien parecía un ejercicio terapéutico dirigido, bien a aliviar la tensión social, bien a sacar pecho (o "músculo" sindical, como han dicho algunos periodistas).

Hablar de carácter "testimonial" no tiene un sentido peyorativo y no desmerece en absoluto una posible movilización (en otro momento ya hablaremos de la tensión entre el testimonio y la eficacia, algo que aprendimos en su momento, por ejemplo, de Mounier). Sin embargo, en este caso, para muchos funcionarios, el difuso fin de la huelga no parecía compensar el recurso utilizado, a lo que se suma la creciente desconfianza ante los convocantes, las organizaciones sindicales, a las que muchos ven tan responsables de la "organización del desgobierno" en la que se ha convertido la Administración española, como los propios responsables públicos (o en ocasiones puede que más). Que la mayoría de los funcionarios tienen —tenemos— sobradas razones para estar molestos por las medidas adoptadas, por muy inevitables que se presenten, es algo que, en mi opinión, está fuera de toda duda, más aún cuando en los momentos más boyantes de nuestra economía nuestros sueldos también fueron congelados. Pero quizás ese enfado no alcanza sólo a las medidas del gobierno, sino también a la gestión que han venido realizando los llamados "representantes de los trabajadores" (y cuya representatividad en algunos sectores, como la Universidad, es bastante dudosa, lo que no obsta para que sigan conservando la misma cuota de poder).

Ya apuntamos en algún comentario anterior la interpretación que el filósofo Norbert Bilbeny hacía de la crisis actual como "Una crisis de la verdad": "no se dicen las verdades. Hay miedo a perder votos, subvenciones, el puesto en la lista, días de vacaciones. Mientras, nuestra crisis es «una crisis de verdad» porque es la verdad lo que está en crisis". Y así seguimos: las respuestas a la crisis parecen más bien una permanente huida hacia adelante que una apuesta por enfrentar honesta, crítica y radicalmente la realidad. Lo que hemos sido y en lo que nos hemos convertido; y a dónde hemos llegado, claro. Precisamente por eso, en un momento así, y cuando incluso algunos anuncian que lo peor está por venir, es cuando necesitamos esa honradez crítica, todos. Sin embargo, ¿ha probado usted a darse un paseo por la "blogosfera" de nuestros políticos en activo? Desde los más "cercanos", si es que así puede decirse —es decir, desde los concejales de su pueblo o de su barrio— hasta los más "lejanos" geográfica e institucionalmente; desde los del partido en el gobierno hasta los de los partidos de la oposición. Da igual; no encontrará usted en ninguno un ápice de autocrítica. Están todos más preocupados por justificar(se) que por otra cosa. Es como si todos nos hubiéramos convertido en esos personajes de las películas de Woody Allen que van permanentemente al psicólogo, pero no para que les cure, sino para que les dé la razón, para que les justifique. ¿Era la huelga una apuesta para buscar la verdad o una contribución más a su crisis? Esa es y ha sido la duda de muchos.

lunes, 7 de junio de 2010

Los signos

Leyendo la Autobiografía sin vida de Félix de Azúa, una especie de reflexión (ensayo), narración (novela) y memoria (autobiografía), todo junto, sobre el sentido de la experiencia estética, y una invitación a pensar sobre la ineludible presencia e importancia de los signos en nuestra existencia humana. Somos animales simbólicos: "los símbolos son imprescindibles —dice en una entrevista publicada en la «Revista de Letras» a propósito del libro y que puede leerse aquí—. Es imposible vivir sin ellos. Yo los llamo signos, porque 'símbolo' no es exactamente el concepto apropiado, tal y como lo concibo en el libro. Ahora, por ejemplo, hay mucha gente que cree que no cree. Y es la gente que más cree. Da igual que creamos o no en Dios. El que no cree que Dios existe es el Estado y esa es la realidad verdadera. Nuestras leyes no dependen de la existencia de Dios, cosa que no sucede en el Islam, cuyas leyes obedecen a su teología. Bien, una vez eliminada la creencia en Dios, el núcleo estalla, se produce una metástasis y empezamos a creer en dos mil cosas. Basta ir a un partido del Barça para darse cuenta de que estamos asistiendo a una ceremonia religiosa de principio a fin y que los apasionados seguidores que gritan, lloran y ondean sus banderas son exactamente igual que los chiítas que se fustigan en las procesiones. Pura religión. Desaparece la religión oficial y aparecen cinco mil subterráneas. Esos son los signos".

domingo, 6 de junio de 2010

Imagen para una cita, cita para una imagen

La imagen podría ser otra, pero es esta (y es de Alf):



La cita es de de Uzma Aslam Khan: "Es aquí donde me siento bien, donde recupero el equilibrio: al borde de un mar desaparecido" (La geometría de Dios, Alfaguara, 2008).


sábado, 5 de junio de 2010

Las cosas que no pasan

Es un día lleno de luz. Una brisa suave alivia el calor y susurra al oído mensajes que no sé descifrar. Espero sentado en la parada del autobús, durante un buen rato. A mi lado, dos adolescentes discuten entre sí y con su madre. Todavía no son hermosas, pero buscan aparentarlo, realzando así aún más la artificiosidad de su esfuerzo. Seguramente sienten celos una de la otra y, sea por lo que sea, tratan de herirse con las palabras, acusándose de asuntos sin importancia que para ellas llenan toda una vida. Les cuesta encontrar las palabras necesarias —o estas no quieren llegar a su encuentro, reacias a servir como arma arrojadiza— por lo que en un momento dado, cuando han agotado el escaso repertorio de argumentos, pasan simplemente a mascullar insultos la una contra la otra, mientras su madre aguanta, impotente y desbordada, como quien contempla el resultado de haber tratado de contener con una cuchara un repentino torrente que ahora ya va apagándose poco a poco.

Cuando llega su autobús se levantan, con el rescoldo de la rabia entre los dientes, como esperando un momento más propicio para asestar un nuevo ataque, pero al subir al vehículo la madre tropieza aparatosamente y está a punto de caer, lo que provoca una enorme carcajada de sus hijas, que ríen y se abrazan ruidosa y alborozadamente, de nuevo cómplices.


miércoles, 2 de junio de 2010

Unanimidades

En otra ocasión ya dije que vivimos tiempos en los que el modelo del debate y la argumentación racional lo han ocupado los debates televisivos, con sus eslóganes repetitivos y vacuos, sus trifulcas a propósito de todo, sus insultos y sus gritos, sus diálogos de sordos, sus argumentos ad hominem y sus falacias de manual. No quiero meterme en el jardín de discutir si es la televisión la que "produce" esa cultura del diálogo o simplemente —que no es poco— la "reproduce". Los procesos culturales son complejos. Pero lo cierto es que la lógica del "y tú más" y el "pues anda que tú" parece haber colonizado todo el espacio público.

Una de las variantes de esa dinámica es el fomento de las unanimidades. Se resumiría en la conocida frase: "O conmigo o contra mí", en todo y para todo; de manera que cualquier atisbo de crítica, de desacuerdo o disconformidad se convierte en una traición. Hasta la disidencia debe ser completa, unánime. ¡Si te quemas te vas!. Los matices no están permitidos. Los ejemplos podrían multiplicarse: si usted considera que la actuación israelí desborda todos los límites legales y morales quiere decir que es un antisemita; si critica a Chávez o a los hermanos Castro significa que está de acuerdo con el bloqueo cubano o con el neoliberalismo mundial; si piensa que la política errática del gobierno es un desastre es que es usted un antipatriota; si le parece que Garzón pudo no hacer bien las cosas jurídicamente es que usted es un falangista... En suma, que si no opina en todo como nosotros, es que no es de los nuestros (o es un "tonto útil"). "O Bush o Sadam", nos decían a propósito de la última invasión de Irak, ¿se acuerdan?. El debate y la argumentación queda reducido a un juego de unanimidades sin matices en el que los intervinientes no son más que portavoces o representantes de otros, reproduciendo y repitiendo hasta la náusea un argumentario previamente diseñado. El problema es: ¿quiénes son los nuestros?

En suma: "My country, right or wrong". Construimos identidades —sea políticas, culturales o lo que sea— y las convertimos en totems a los que exigimos pleitesía completa y radical. Hace unos días, escribía Imanol Zubero en su blog que "el principal problema que lastra hoy a la democracia de partidos en España es la teología del unanimismo: la falsa idea, convertida en dogma, de que la única manera de acuerdo posible es el acuerdo sin fisuras, de que la única forma de apoyo aceptable es el apoyo incondicional; la idea de que el militante político debe ser siempre un librador de cheques en blanco. En suma, la conversión de los partidos políticos en instituciones tayloristas, en las que impera una férrea división del trabajo entre los que deciden —pocos, poco variados, poco contrastados y poco evaluados— y los que no tienen otra función que aplicar lo decidido". Instituciones poco democráticas; instituciones unánimes, al fin y al cabo.

martes, 1 de junio de 2010

Atardecer


Una foto de Alfonso Blesa —Gracias Alf—, como un pequeño bálsamo para los sentidos: un mar que pareciera venir a aliviar el dolor de un cielo herido.