lunes, 19 de abril de 2010

Pedro Celestino

Las recientes convulsiones en la Iglesia Católica, a cuenta de la aparición de nuevas denuncias de abusos cometidas por algunos clérigos, han traído de nuevo a la palestra el debate sobre si el Papa debería o no debería dimitir. Dicho debate, que ha venido de la mano no sólo de reconocidos doxólogos sino incluso de teólogos eminentes, no es nuevo, ya que se planteó también —recordarán— hace unos cuantos años, cuando quien dirigía los designios de la curia era un Papa distinto, entonces porque estaba anciano y enfermo. Puestos todos a buscar antecedentes, se recordó el caso de Celestino V, que ahora muchos airean, que tras ser elegido Papa dimitió a los pocos meses, en 1294.

Pero, al parecer, Celestino V —Fray Pedro de Morrone— no renunció porque se exigiera de él ninguna responsabilidad "política", como se dice ahora, sino porque se dio cuenta de que él, un anciano monje ermitaño de talante evangélico, no encajaba en un mundo con tanto "ruido de moscas", por decirlo con palabras de Pascal. Aunque, sin duda, en todo el proceso que llevó a ese pequeño accidente de la historia política y eclesiástica, algo tendrían que ver los "grandes de este mundo" y sus potencias.

En su tiempo, hubo quienes consideraron el de Pedro Celestino un acto de cobardía (algunos lo identifican con el personaje del que en el canto III de la Divina Comedia de Dante se dice que "hizo por cobardía aquella gran renuncia") y otros lo elogiaron como "el de un espíritu altísimo y libre que no reconocía imposiciones" (Petrarca, en De vita solitaria). En nuestro tiempo, Ignazio Silone nos contó a su manera la historia de Pedro Morrone en una obra de teatro: La aventura de un pobre cristiano, que al fin y al cabo era una nueva versión, pero situándola en el siglo XIII, de otro drama suyo: Y él se escondió, que a su vez estaba inspirada en su novela Vino y pan. Porque como decía el propio Silone, "si un escritor se pone a sí mismo, enteramente, en su labor (¿y qué otra cosa podría poner?), su obra no puede dejar de constituir un solo libro".

Para Silone, el efímero Papa que fue San Pedro Celestino (porque fue canonizado en mayo de 1313), debería ser considerado algo así como el patrón de los políticos: es decir, su modelo. Pero en nuestro tiempo ya nadie admite patronazgos, ni de estos ni de otro tipo; y mucho menos los políticos, claro está; hoy lo único que cuentan son los padrinazgos, eso sí. Ahora que se habla tanto de la necesaria —y ausente— "cultura de la dimisión" en nuestra clase política, y en que desde determinados medios de comunicación hasta la pedían del propio Papa de Roma, me he acordado del Pedro Celestino que conocí en la obra de Silone, el fraile campesino que no aceptaba ninguna servidumbre que no fuera la de su conciencia.

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