miércoles, 7 de abril de 2010

La claridad es un don

De tierras zamoranas me he traído la edición que ha hecho el Instituto de Estudios Zamoranos Florián de Ocampo de la poesía de Claudio Rodríguez, que andaba más o menos dispersa en la estantería. Y al releer los versos de "Don de la ebriedad", que abren la obra, uno tiene la sensación de que la lectura —como la escritura, seguramente— no va a consistir en abastecerse o cargarse tomando de aquí o allá (cosas, ideas, palabras), sino tal vez en despojarse, en desprenderse, en desarmarse en el sentido literal de la palabra:

"Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.
Y esto es un don..."

José Jiménez Lozano también lo ha escrito así: "Y luego está lo más importante, lo esencial: que la sed no se apaga sino con agua de manantial, y así es la sed de lo que en una narración o un poema se busca. Lo que pasa es que para hallar ese agua, hay que cavar un pozo inmenso y que se nos conceda entontrar una veta pura. Porque siempre la claridad —luz o agua— es un don. No se sabe de dónde viene, sólo se sabe que hay que cavar mucho, esperar mucho, y que quizás no se nos dé". (La luz de una candela, Barcelona, Anthropos, 1996, p. 39)

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