Tengo una especial debilidad por las viñetas de El Roto. En la que publica hoy el diario El País, aparece la imagen de un hombre herido: "Tengo una herida de la guerra que no me cicatriza", dice el personaje. "Pero si tú no estuviste en la guerra", le responde una voz. "Bueno, es que la heredé de un antepasado".
Es lo que tienen las cosas de la memoria, que se heredan, se asumen y se proyectan. Colectivamente también. Recuerdo que en unas jornadas en la Universidad, hace unos meses, me tocó compartir mesa con un profesor colombiano que comenzó recordando al auditorio lo que los antepasados de quienes le escuchábamos habían hecho en su país. No sé si son mis antepasados, pensé para mis adentros; a lo mejor son los suyos.
En las primeras décadas del siglo XIX, algunos años antes de morir asesinado, el político conservador Diego Portales escribió que "el orden social se mantiene en Chile por el peso de la noche y porque no tenemos hombres sutiles, hábiles y cosquillosos". En nuestros días la expresión de Portales —"el peso de la noche"— ha dado título a dos libros importantes de autores chilenos. Uno —más conocido— es la novela del diplomático y escritor Jorge Edwards; el otro es el ensayo del historiador Alfredo Jocelyn-Holt Letelier, del que tuve noticia en una cena en Antigua, en noviembre de 2002, charlando con el sociólogo, también chileno, Mauricio Rodríguez.
A grandes rasgos, lo que Jocelyn-Holt Letelier venía a plantear con su análisis es si el autoritarismo de la sociedad chilena no sería tan sólo el resultado de los años de dictadura, sino más bien el presupuesto —la condición necesaria— de la misma. ¿Algo así nos estará pasando estos días en España? La memoria nunca deja de espolearnos; y está bien que así sea. Pero el problema es que parece haberse convertido en una estrategia de confrontación política (Stanley Payne dixit) y que hay quienes se sienten a gusto y sacan tajada de esa confrontación.
En un recomendable artículo del político socialista Ramón Jáuregui que también publica hoy El País, afirma su autor que "la aplicación de razonamientos actuales al pasado y a contextos olvidados y desconocidos produce lamentables conclusiones". Lo mismo que ocurre cuando son los razonamientos del pasado —el peso de la noche— los que gobiernan el presente. Posiblemente, no se tiene razón por el simple hecho de haberla tenido; ni entonces se tuvo tan sólo por el hecho de ahora tenerla.
Es lo que tienen las cosas de la memoria, que se heredan, se asumen y se proyectan. Colectivamente también. Recuerdo que en unas jornadas en la Universidad, hace unos meses, me tocó compartir mesa con un profesor colombiano que comenzó recordando al auditorio lo que los antepasados de quienes le escuchábamos habían hecho en su país. No sé si son mis antepasados, pensé para mis adentros; a lo mejor son los suyos.
En las primeras décadas del siglo XIX, algunos años antes de morir asesinado, el político conservador Diego Portales escribió que "el orden social se mantiene en Chile por el peso de la noche y porque no tenemos hombres sutiles, hábiles y cosquillosos". En nuestros días la expresión de Portales —"el peso de la noche"— ha dado título a dos libros importantes de autores chilenos. Uno —más conocido— es la novela del diplomático y escritor Jorge Edwards; el otro es el ensayo del historiador Alfredo Jocelyn-Holt Letelier, del que tuve noticia en una cena en Antigua, en noviembre de 2002, charlando con el sociólogo, también chileno, Mauricio Rodríguez.
A grandes rasgos, lo que Jocelyn-Holt Letelier venía a plantear con su análisis es si el autoritarismo de la sociedad chilena no sería tan sólo el resultado de los años de dictadura, sino más bien el presupuesto —la condición necesaria— de la misma. ¿Algo así nos estará pasando estos días en España? La memoria nunca deja de espolearnos; y está bien que así sea. Pero el problema es que parece haberse convertido en una estrategia de confrontación política (Stanley Payne dixit) y que hay quienes se sienten a gusto y sacan tajada de esa confrontación.
En un recomendable artículo del político socialista Ramón Jáuregui que también publica hoy El País, afirma su autor que "la aplicación de razonamientos actuales al pasado y a contextos olvidados y desconocidos produce lamentables conclusiones". Lo mismo que ocurre cuando son los razonamientos del pasado —el peso de la noche— los que gobiernan el presente. Posiblemente, no se tiene razón por el simple hecho de haberla tenido; ni entonces se tuvo tan sólo por el hecho de ahora tenerla.
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