Día de fiesta y tarde de primavera, paseando por el campus. Ya no están en el estanque los dos patos que ayer aparecieron misteriosamente; ni se oye al autillo que ululaba tenue en el abeto. ¿Se habrán ido? Tal vez estén con el resto del mundo en el paseo, recorriendo las casetas de los libros; o a lo mejor han acudido a las tantas recepciones con las que en días como estos, los políticos se homenajean a sí mismos. No creo.
En un banco, al calor del sol que se retira, una pareja de sordomudos hablan entre sí. Las palabras bailan en sus manos, como juguetes en las de un malabarista, o pequeñas monedas entre los dedos de un mago. Cuando alguna está a punto de caer al suelo, la recogen con soltura y rapidez y la devuelven nuevamente al aire: para que se vea bien; para que se entienda.
Cuando se van, y me acerco, me encuentro los restos de la conversación. Les grito por si quieren recogerlas, pero no me oyen. Aquí y allá, palabras que se les cayeron de las manos: "entonces", "tú", "viento", "azul"...
En un banco, al calor del sol que se retira, una pareja de sordomudos hablan entre sí. Las palabras bailan en sus manos, como juguetes en las de un malabarista, o pequeñas monedas entre los dedos de un mago. Cuando alguna está a punto de caer al suelo, la recogen con soltura y rapidez y la devuelven nuevamente al aire: para que se vea bien; para que se entienda.
Cuando se van, y me acerco, me encuentro los restos de la conversación. Les grito por si quieren recogerlas, pero no me oyen. Aquí y allá, palabras que se les cayeron de las manos: "entonces", "tú", "viento", "azul"...
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