viernes, 30 de abril de 2010
jueves, 29 de abril de 2010
Anuncio
Un anuncio de fiesta
en el cielo dibuja
el griterío
de los vencejos.
(¿Integración sistémica
u "overlapping consensus"?)
en el cielo dibuja
el griterío
de los vencejos.
(¿Integración sistémica
u "overlapping consensus"?)
miércoles, 28 de abril de 2010
La verdad como impulso ético
Hoy me he perdido la conferencia que María José González, compañera y amiga, impartía sobre "la verdad como impulso ético". María José piensa —yo creo que con razón— que la ética es, por así decirlo, uno de los últimos refugios de la búsqueda de la verdad. Aunque me parece que el término "refugio" no sólo no es apropiado si de lo que hablamos es de buscar la verdad, sino que resulta absolutamente extemporáneo. Más bien deberíamos hablar de lanzadera, o aventura, o camino... Ni el derecho, ni la política, en ocasiones casi ni la ciencia —reducida las más de las veces a su dimensión técnica—, son formas de búsqueda de la verdad. La verdad es una apuesta y una necesidad ética: "tal vez no podamos encontrar la verdad pero no podemos no buscarla (...). Busco la verdad porque necesito la ética". Y viceversa, supongo. Pues eso.
martes, 27 de abril de 2010
Juegos de palabras
1. Una noticia: La prensa de hoy informa de la agresión sufrida por un joven en el metro de Madrid. El agresor justificó su agresión ideológicamente: "cuando veo a un fascista, le pego", dijo. ¿Contradicción performativa o simple contradicción en los términos? Me ha recordado el cartel que, cuentan, unos milicianos colgaron durante la guerra civil: "Pena de muerte a los partidarios de la pena de muerte".
2. Otra noticia. La prensa también informa que la tasa de desempleo en España ya supera el 20%, y que nos hemos enterado de esa cifra "por error" (debido a un incidente informático de la web del INE). Al parecer, no debía ser así; es decir, que no debíamos habernos enterado. Ya decía Theodore Roszak que el gran triunfo de la tecnocracia consiste en convencernos de que los problemas no existen; que únicamente son fallos en la comunicación. Ojos que no ven...
3. En la radio, una periodista comenta que algunos partidos políticos están ya diseñando su estrategia electoral pensando en la posibilidad de que la banda terrorista ETA pueda anunciar una "tregua definitiva". Ojalá sea así, pienso, y supongo que es decir sin querer decirlo, algo parecido a "descanso eterno". ¿Oxímoron literario, eufemismo?
Vistas las cosas así, en el mundo de Orwell, no me queda sino añadir que yo, por definición, soy de los que no hacen nada por definición.
2. Otra noticia. La prensa también informa que la tasa de desempleo en España ya supera el 20%, y que nos hemos enterado de esa cifra "por error" (debido a un incidente informático de la web del INE). Al parecer, no debía ser así; es decir, que no debíamos habernos enterado. Ya decía Theodore Roszak que el gran triunfo de la tecnocracia consiste en convencernos de que los problemas no existen; que únicamente son fallos en la comunicación. Ojos que no ven...
3. En la radio, una periodista comenta que algunos partidos políticos están ya diseñando su estrategia electoral pensando en la posibilidad de que la banda terrorista ETA pueda anunciar una "tregua definitiva". Ojalá sea así, pienso, y supongo que es decir sin querer decirlo, algo parecido a "descanso eterno". ¿Oxímoron literario, eufemismo?
Vistas las cosas así, en el mundo de Orwell, no me queda sino añadir que yo, por definición, soy de los que no hacen nada por definición.
lunes, 26 de abril de 2010
Creyentos, no crédulos
A propósito del "caso Garzón" —que en realidad no es un caso, sino tres, y de los que en los días que vivimos resulta casi imposible sustraerse, por desgracia—, el presidente del Congreso de los Diputados, José Bono, ha terciado señalando que los tribunales tienen que hacerse respetar utilizando el sentido común y que "no hay que creer en los jueces, se cree en Dios al que no se ve. Pero no se cree en los dentistas, ni en los periodistas, ni se cree en los jueces. A los jueces les pasa como a los dentistas, que cuando te sacan una muela que no es la que te duele, le dices al vecino que no vaya a ese dentista". En realidad, cuando un juez no te saca bien una muela no puedes ir a otro, pero al margen de eso la afirmación de Bono me ha recordado un viejo librito de dos grandes teólogos españoles que decía que "Creer sólo se puede en Dios. En Dios sólo se puede creer".
Pero no voy a bucear epistemológica ni teológicamente, que no es el caso (y seguramente moriría ahogado). Sin embargo les confieso que, cuando voy al dentista, hago un pequeño acto de fe: espero y confío que cuando él toma en sus manos alguna de sus herramientas, y yo abro la boca, no va a atacarme con ella ni a hacerme algún chandrío. Diríamos que tengo confianza en sus conocimientos y su habilidad profesional. En el caso de los periodistas, el crédito que les concedo es diferente. Y en el de los políticos ni te cuento. Pues algo de eso es lo que señala el Diccionario de la RAE como uno de los significados de la palabra "creer": dar crédito a alguien. No hace falta leer a Luhmann o a Fukuyama para pensar que buena parte de nuestro sistema social —si no todo— se sostiene realmente sobre la confianza (o sobre su falta de ella).
Es verdad que, en el caso de mi dentista, mi confianza viene avalada por el hecho de que él, además de ser un magnífico profesional, es amigo mío. Pero tengo muchos otros amigos a quienes no confiaría en absoluto mi salud bucodental. Y cuando él no está, no tendría inconveniente en acudir a otro profesional, aunque sea un desconocido. Por fortuna, nuestros sistemas normativos han ido armando una serie de recursos para tratar de garantizar al máximo esa confianza (títulos, controles, inspecciones, reclamaciones...). La maquinaria no siempre funciona, es verdad; y entonces aparecen quejas, responsabilidades, etc. (que no se arreglan sólo con cambiar de dentista).
Con los jueces, en parte, también es así. A lo largo de la historia hemos ido confiando en ellos la solución última de los conflictos. Y hemos articulado esa confianza sobre un verdadero acto de fe: la idea de que son, o pueden ser, realmente independientes, imparciales y "sometidos únicamente al imperio de la ley", al margen de otros intereses, poderes o mayorías. En realidad, sabemos que esa objetividad constituye más bien una ficción ideal, una meta inalcanzable; pero a la que no podemos renunciar. Y por eso hemos ido también organizando una serie de normas, formas y fórmulas que hicieran posible, de alguna manera, la confianza en esa objetividad.
El asunto Garzón —y sobre todo, en mi modesta opinión, las estrategia del coro de comunicadores-intelectuales-artistas-políticos que se ha creado en defensa del magistrado— ha venido a echar un enorme saco de tierra cobre esa delicada construcción de naipes. Sea cual sea la decisión de los jueces, ya está viciada: hagan lo que hagan, unos y otros considerarán que la decisión tomada no es sino el resultado de determinadas presiones e intereses. ¿Y sólo es eso?
Reconstruir esa confianza nos va a costar tiempo y esfuerzo. Y algún que otro acto de fe. Pero una cosa es ser crédulo y otra creyente.
Pero no voy a bucear epistemológica ni teológicamente, que no es el caso (y seguramente moriría ahogado). Sin embargo les confieso que, cuando voy al dentista, hago un pequeño acto de fe: espero y confío que cuando él toma en sus manos alguna de sus herramientas, y yo abro la boca, no va a atacarme con ella ni a hacerme algún chandrío. Diríamos que tengo confianza en sus conocimientos y su habilidad profesional. En el caso de los periodistas, el crédito que les concedo es diferente. Y en el de los políticos ni te cuento. Pues algo de eso es lo que señala el Diccionario de la RAE como uno de los significados de la palabra "creer": dar crédito a alguien. No hace falta leer a Luhmann o a Fukuyama para pensar que buena parte de nuestro sistema social —si no todo— se sostiene realmente sobre la confianza (o sobre su falta de ella).
Es verdad que, en el caso de mi dentista, mi confianza viene avalada por el hecho de que él, además de ser un magnífico profesional, es amigo mío. Pero tengo muchos otros amigos a quienes no confiaría en absoluto mi salud bucodental. Y cuando él no está, no tendría inconveniente en acudir a otro profesional, aunque sea un desconocido. Por fortuna, nuestros sistemas normativos han ido armando una serie de recursos para tratar de garantizar al máximo esa confianza (títulos, controles, inspecciones, reclamaciones...). La maquinaria no siempre funciona, es verdad; y entonces aparecen quejas, responsabilidades, etc. (que no se arreglan sólo con cambiar de dentista).
Con los jueces, en parte, también es así. A lo largo de la historia hemos ido confiando en ellos la solución última de los conflictos. Y hemos articulado esa confianza sobre un verdadero acto de fe: la idea de que son, o pueden ser, realmente independientes, imparciales y "sometidos únicamente al imperio de la ley", al margen de otros intereses, poderes o mayorías. En realidad, sabemos que esa objetividad constituye más bien una ficción ideal, una meta inalcanzable; pero a la que no podemos renunciar. Y por eso hemos ido también organizando una serie de normas, formas y fórmulas que hicieran posible, de alguna manera, la confianza en esa objetividad.
El asunto Garzón —y sobre todo, en mi modesta opinión, las estrategia del coro de comunicadores-intelectuales-artistas-políticos que se ha creado en defensa del magistrado— ha venido a echar un enorme saco de tierra cobre esa delicada construcción de naipes. Sea cual sea la decisión de los jueces, ya está viciada: hagan lo que hagan, unos y otros considerarán que la decisión tomada no es sino el resultado de determinadas presiones e intereses. ¿Y sólo es eso?
Reconstruir esa confianza nos va a costar tiempo y esfuerzo. Y algún que otro acto de fe. Pero una cosa es ser crédulo y otra creyente.
viernes, 23 de abril de 2010
Las cosas que no pasan
Día de fiesta y tarde de primavera, paseando por el campus. Ya no están en el estanque los dos patos que ayer aparecieron misteriosamente; ni se oye al autillo que ululaba tenue en el abeto. ¿Se habrán ido? Tal vez estén con el resto del mundo en el paseo, recorriendo las casetas de los libros; o a lo mejor han acudido a las tantas recepciones con las que en días como estos, los políticos se homenajean a sí mismos. No creo.
En un banco, al calor del sol que se retira, una pareja de sordomudos hablan entre sí. Las palabras bailan en sus manos, como juguetes en las de un malabarista, o pequeñas monedas entre los dedos de un mago. Cuando alguna está a punto de caer al suelo, la recogen con soltura y rapidez y la devuelven nuevamente al aire: para que se vea bien; para que se entienda.
Cuando se van, y me acerco, me encuentro los restos de la conversación. Les grito por si quieren recogerlas, pero no me oyen. Aquí y allá, palabras que se les cayeron de las manos: "entonces", "tú", "viento", "azul"...
En un banco, al calor del sol que se retira, una pareja de sordomudos hablan entre sí. Las palabras bailan en sus manos, como juguetes en las de un malabarista, o pequeñas monedas entre los dedos de un mago. Cuando alguna está a punto de caer al suelo, la recogen con soltura y rapidez y la devuelven nuevamente al aire: para que se vea bien; para que se entienda.
Cuando se van, y me acerco, me encuentro los restos de la conversación. Les grito por si quieren recogerlas, pero no me oyen. Aquí y allá, palabras que se les cayeron de las manos: "entonces", "tú", "viento", "azul"...
jueves, 22 de abril de 2010
miércoles, 21 de abril de 2010
El peso de la noche
Tengo una especial debilidad por las viñetas de El Roto. En la que publica hoy el diario El País, aparece la imagen de un hombre herido: "Tengo una herida de la guerra que no me cicatriza", dice el personaje. "Pero si tú no estuviste en la guerra", le responde una voz. "Bueno, es que la heredé de un antepasado".
Es lo que tienen las cosas de la memoria, que se heredan, se asumen y se proyectan. Colectivamente también. Recuerdo que en unas jornadas en la Universidad, hace unos meses, me tocó compartir mesa con un profesor colombiano que comenzó recordando al auditorio lo que los antepasados de quienes le escuchábamos habían hecho en su país. No sé si son mis antepasados, pensé para mis adentros; a lo mejor son los suyos.
En las primeras décadas del siglo XIX, algunos años antes de morir asesinado, el político conservador Diego Portales escribió que "el orden social se mantiene en Chile por el peso de la noche y porque no tenemos hombres sutiles, hábiles y cosquillosos". En nuestros días la expresión de Portales —"el peso de la noche"— ha dado título a dos libros importantes de autores chilenos. Uno —más conocido— es la novela del diplomático y escritor Jorge Edwards; el otro es el ensayo del historiador Alfredo Jocelyn-Holt Letelier, del que tuve noticia en una cena en Antigua, en noviembre de 2002, charlando con el sociólogo, también chileno, Mauricio Rodríguez.
A grandes rasgos, lo que Jocelyn-Holt Letelier venía a plantear con su análisis es si el autoritarismo de la sociedad chilena no sería tan sólo el resultado de los años de dictadura, sino más bien el presupuesto —la condición necesaria— de la misma. ¿Algo así nos estará pasando estos días en España? La memoria nunca deja de espolearnos; y está bien que así sea. Pero el problema es que parece haberse convertido en una estrategia de confrontación política (Stanley Payne dixit) y que hay quienes se sienten a gusto y sacan tajada de esa confrontación.
En un recomendable artículo del político socialista Ramón Jáuregui que también publica hoy El País, afirma su autor que "la aplicación de razonamientos actuales al pasado y a contextos olvidados y desconocidos produce lamentables conclusiones". Lo mismo que ocurre cuando son los razonamientos del pasado —el peso de la noche— los que gobiernan el presente. Posiblemente, no se tiene razón por el simple hecho de haberla tenido; ni entonces se tuvo tan sólo por el hecho de ahora tenerla.
Es lo que tienen las cosas de la memoria, que se heredan, se asumen y se proyectan. Colectivamente también. Recuerdo que en unas jornadas en la Universidad, hace unos meses, me tocó compartir mesa con un profesor colombiano que comenzó recordando al auditorio lo que los antepasados de quienes le escuchábamos habían hecho en su país. No sé si son mis antepasados, pensé para mis adentros; a lo mejor son los suyos.
En las primeras décadas del siglo XIX, algunos años antes de morir asesinado, el político conservador Diego Portales escribió que "el orden social se mantiene en Chile por el peso de la noche y porque no tenemos hombres sutiles, hábiles y cosquillosos". En nuestros días la expresión de Portales —"el peso de la noche"— ha dado título a dos libros importantes de autores chilenos. Uno —más conocido— es la novela del diplomático y escritor Jorge Edwards; el otro es el ensayo del historiador Alfredo Jocelyn-Holt Letelier, del que tuve noticia en una cena en Antigua, en noviembre de 2002, charlando con el sociólogo, también chileno, Mauricio Rodríguez.
A grandes rasgos, lo que Jocelyn-Holt Letelier venía a plantear con su análisis es si el autoritarismo de la sociedad chilena no sería tan sólo el resultado de los años de dictadura, sino más bien el presupuesto —la condición necesaria— de la misma. ¿Algo así nos estará pasando estos días en España? La memoria nunca deja de espolearnos; y está bien que así sea. Pero el problema es que parece haberse convertido en una estrategia de confrontación política (Stanley Payne dixit) y que hay quienes se sienten a gusto y sacan tajada de esa confrontación.
En un recomendable artículo del político socialista Ramón Jáuregui que también publica hoy El País, afirma su autor que "la aplicación de razonamientos actuales al pasado y a contextos olvidados y desconocidos produce lamentables conclusiones". Lo mismo que ocurre cuando son los razonamientos del pasado —el peso de la noche— los que gobiernan el presente. Posiblemente, no se tiene razón por el simple hecho de haberla tenido; ni entonces se tuvo tan sólo por el hecho de ahora tenerla.
lunes, 19 de abril de 2010
Pedro Celestino
Las recientes convulsiones en la Iglesia Católica, a cuenta de la aparición de nuevas denuncias de abusos cometidas por algunos clérigos, han traído de nuevo a la palestra el debate sobre si el Papa debería o no debería dimitir. Dicho debate, que ha venido de la mano no sólo de reconocidos doxólogos sino incluso de teólogos eminentes, no es nuevo, ya que se planteó también —recordarán— hace unos cuantos años, cuando quien dirigía los designios de la curia era un Papa distinto, entonces porque estaba anciano y enfermo. Puestos todos a buscar antecedentes, se recordó el caso de Celestino V, que ahora muchos airean, que tras ser elegido Papa dimitió a los pocos meses, en 1294.
Pero, al parecer, Celestino V —Fray Pedro de Morrone— no renunció porque se exigiera de él ninguna responsabilidad "política", como se dice ahora, sino porque se dio cuenta de que él, un anciano monje ermitaño de talante evangélico, no encajaba en un mundo con tanto "ruido de moscas", por decirlo con palabras de Pascal. Aunque, sin duda, en todo el proceso que llevó a ese pequeño accidente de la historia política y eclesiástica, algo tendrían que ver los "grandes de este mundo" y sus potencias.
En su tiempo, hubo quienes consideraron el de Pedro Celestino un acto de cobardía (algunos lo identifican con el personaje del que en el canto III de la Divina Comedia de Dante se dice que "hizo por cobardía aquella gran renuncia") y otros lo elogiaron como "el de un espíritu altísimo y libre que no reconocía imposiciones" (Petrarca, en De vita solitaria). En nuestro tiempo, Ignazio Silone nos contó a su manera la historia de Pedro Morrone en una obra de teatro: La aventura de un pobre cristiano, que al fin y al cabo era una nueva versión, pero situándola en el siglo XIII, de otro drama suyo: Y él se escondió, que a su vez estaba inspirada en su novela Vino y pan. Porque como decía el propio Silone, "si un escritor se pone a sí mismo, enteramente, en su labor (¿y qué otra cosa podría poner?), su obra no puede dejar de constituir un solo libro".
Para Silone, el efímero Papa que fue San Pedro Celestino (porque fue canonizado en mayo de 1313), debería ser considerado algo así como el patrón de los políticos: es decir, su modelo. Pero en nuestro tiempo ya nadie admite patronazgos, ni de estos ni de otro tipo; y mucho menos los políticos, claro está; hoy lo único que cuentan son los padrinazgos, eso sí. Ahora que se habla tanto de la necesaria —y ausente— "cultura de la dimisión" en nuestra clase política, y en que desde determinados medios de comunicación hasta la pedían del propio Papa de Roma, me he acordado del Pedro Celestino que conocí en la obra de Silone, el fraile campesino que no aceptaba ninguna servidumbre que no fuera la de su conciencia.
Pero, al parecer, Celestino V —Fray Pedro de Morrone— no renunció porque se exigiera de él ninguna responsabilidad "política", como se dice ahora, sino porque se dio cuenta de que él, un anciano monje ermitaño de talante evangélico, no encajaba en un mundo con tanto "ruido de moscas", por decirlo con palabras de Pascal. Aunque, sin duda, en todo el proceso que llevó a ese pequeño accidente de la historia política y eclesiástica, algo tendrían que ver los "grandes de este mundo" y sus potencias.
En su tiempo, hubo quienes consideraron el de Pedro Celestino un acto de cobardía (algunos lo identifican con el personaje del que en el canto III de la Divina Comedia de Dante se dice que "hizo por cobardía aquella gran renuncia") y otros lo elogiaron como "el de un espíritu altísimo y libre que no reconocía imposiciones" (Petrarca, en De vita solitaria). En nuestro tiempo, Ignazio Silone nos contó a su manera la historia de Pedro Morrone en una obra de teatro: La aventura de un pobre cristiano, que al fin y al cabo era una nueva versión, pero situándola en el siglo XIII, de otro drama suyo: Y él se escondió, que a su vez estaba inspirada en su novela Vino y pan. Porque como decía el propio Silone, "si un escritor se pone a sí mismo, enteramente, en su labor (¿y qué otra cosa podría poner?), su obra no puede dejar de constituir un solo libro".
Para Silone, el efímero Papa que fue San Pedro Celestino (porque fue canonizado en mayo de 1313), debería ser considerado algo así como el patrón de los políticos: es decir, su modelo. Pero en nuestro tiempo ya nadie admite patronazgos, ni de estos ni de otro tipo; y mucho menos los políticos, claro está; hoy lo único que cuentan son los padrinazgos, eso sí. Ahora que se habla tanto de la necesaria —y ausente— "cultura de la dimisión" en nuestra clase política, y en que desde determinados medios de comunicación hasta la pedían del propio Papa de Roma, me he acordado del Pedro Celestino que conocí en la obra de Silone, el fraile campesino que no aceptaba ninguna servidumbre que no fuera la de su conciencia.
domingo, 18 de abril de 2010
viernes, 16 de abril de 2010
miércoles, 14 de abril de 2010
Dos reflexiones teológicas
1. Cena en casa de Ch. con su familia y con Jorge y Carlos, llegados de Guatemala y que están de tournée universitaria-institucional. Carlos Cabarrús nos cuenta que en una celebración un niño con síndrome de down le llamó y refiriéndose a un crucifjo le dijo: —"¡Eh, cura!, ¿cuándo lo bajamos para que ya no sufra?". Esa fue la homilia, nos dice: en eso consiste ser cristiano, en bajar de la cruz a los que sufren.
2. A propósito de los abusos de sacerdotes católicos, M. J. me manda esta cita de la Ética de Bonhoeffer, que yo no conocía, escrita pensando en otro contexto (el del holocausto nazi), pero que mantendrá su vigencia siempre que exista alguien que sufre y alguien que lo sabe y guarda silencio: "La Iglesia permanecía muda, cuando tenía que haber gritado... La Iglesia reconoce haber sido testigo del abuso de la violencia brutal, del sufrimiento físico y psíquico de un sinfín de inocentes, de la opresión, el odio y el homicidio, sin haber alzado su voz por ellos, sin haber encontrado los medios de acudir en su ayuda. Es culpable de los hermanos más débiles e indefensos de Jesucristo".
2. A propósito de los abusos de sacerdotes católicos, M. J. me manda esta cita de la Ética de Bonhoeffer, que yo no conocía, escrita pensando en otro contexto (el del holocausto nazi), pero que mantendrá su vigencia siempre que exista alguien que sufre y alguien que lo sabe y guarda silencio: "La Iglesia permanecía muda, cuando tenía que haber gritado... La Iglesia reconoce haber sido testigo del abuso de la violencia brutal, del sufrimiento físico y psíquico de un sinfín de inocentes, de la opresión, el odio y el homicidio, sin haber alzado su voz por ellos, sin haber encontrado los medios de acudir en su ayuda. Es culpable de los hermanos más débiles e indefensos de Jesucristo".
Desmadre en la Universidad
¿Noticias superpuestas o contrapuestas?. El lunes, la Universidad de Costa Rica es el escenario de un enfrentamiento violento entre un montón de universitarios y la policía que intentaba detener a un trabajador de la misma que acababa de extorsionar a una persona. Ayer martes, la Universidad Complutense de Madrid —la misma que nombró doctor honoris causa a un banquero pocos meses antes de que se iniciaran diversos procesos que le llevarían a la cárcel— acoge un acto en defensa de un juez acusado de prevaricador. ¿Analogías o diferencias?¿Defensa del fuero o esprit de corps transformado en cuerpo a cuerpo?. Porque hay quienes buscan causas a las que adherirse y quienes pretenden adhesión a sus causas; los hay para quienes la causa es el motivo de la acción y los hay para quienes tan solo es un pretexto. En cualquier caso, los ejemplos no son siempre y necesariamente ejemplares.
martes, 13 de abril de 2010
Déjà vu
No recuerdo exactamente cuando lo compré, pero fue un verano a mediados de los ochenta. El libro había sido secuestrado por decisión gubernativa y se había ordenado el procesamiento de sus autores. Sin embargo, en las abigarradas estanterías de una vieja librería de San Sebastián me encontré con un ejemplar del mismo y lo compré rápidamente. Durante un tiempo, cuando buscando otro libro me topaba con ese en la estantería, me invadía una cierta sensación de satisfacción: había conseguido burlar el cerco de la burocracia y tenía en mis manos (bueno, en el estante) una pequeña joya que con el tiempo dejaría de ser tal.
Hoy me he encontrado en una situación similar, pero en este caso la sensación era más bien de tristeza. Estaba buscando información sobre María Magdalena (otro día les cuento por qué) y he vuelto a releer las páginas que le dedica José Antonio Pagola en su libro sobre Jesús. Aproximación histórica, un trabajo riguroso, apasionado y apasionante sobre la figura histórica del Cristo que, desde su primera edición en septiembre de 2007, se había convertido en un auténtico best seller de la literatura religiosa, a pesar de (o "gracias a", quién sabe) de las críticas de los sectores más reaccionarios de la jerarquía católica, que lo consideraban herético.
Algunos de ustedes lo sabrán: hace ya un par de meses que la editorial PPC, supongo que cansada de soportar determinadas presiones, optó finalmente por retirar el libro de las librerías. Y yo me encuentro con un ejemplar más del (pos)moderno Índice en mi biblioteca. Si no lo conoces, querido lector o lectora, y algún día en alguna desordenada estantería de una vieja librería te encuentras un ejemplar del mismo, no lo dudes: cójelo inmediatamente. Es un pequeño tesoro histórico-literario que seguro que con el tiempo no dejara de ser tal.
Hoy me he encontrado en una situación similar, pero en este caso la sensación era más bien de tristeza. Estaba buscando información sobre María Magdalena (otro día les cuento por qué) y he vuelto a releer las páginas que le dedica José Antonio Pagola en su libro sobre Jesús. Aproximación histórica, un trabajo riguroso, apasionado y apasionante sobre la figura histórica del Cristo que, desde su primera edición en septiembre de 2007, se había convertido en un auténtico best seller de la literatura religiosa, a pesar de (o "gracias a", quién sabe) de las críticas de los sectores más reaccionarios de la jerarquía católica, que lo consideraban herético.
Algunos de ustedes lo sabrán: hace ya un par de meses que la editorial PPC, supongo que cansada de soportar determinadas presiones, optó finalmente por retirar el libro de las librerías. Y yo me encuentro con un ejemplar más del (pos)moderno Índice en mi biblioteca. Si no lo conoces, querido lector o lectora, y algún día en alguna desordenada estantería de una vieja librería te encuentras un ejemplar del mismo, no lo dudes: cójelo inmediatamente. Es un pequeño tesoro histórico-literario que seguro que con el tiempo no dejara de ser tal.
lunes, 12 de abril de 2010
Un par de citas
Releyendo apuntes, me he encontrado un par de citas tomadas de un libro de William Ospina que me regaló Yulieth hace unos meses (El País de la Canela, Bogotá, Editorial Norma, 2008). Dice al final del libro que "Uno cree saber lo que busca, pero sólo al final, cuando lo encuentra, comprende realmente qué andaba buscando. Y bien podría ser que lo que rige el destino del hombre no sea Cristo ni Júpiter ni Alá ni Moloch sino Pachacámac, el dios de los avances hacia ninguna parte, el dios de la sabiduría que llega un día después del fracaso".
Antes de leer el libro, ya le había oído citar este texto a la propia Yulieth, y ahora me acuerdo que entonces le dije que le tenía que regalar un poema ajeno que decía algo parecido. Es de Humberto Ak'abal y se titula "Necesidad":
A veces es necesario
perder algo,
sólo así
uno comienza a buscar,
y sin querer
encuentra cosas que,
de no ser por lo perdido,
no las habría encontrado
nunca.
Antes de leer el libro, ya le había oído citar este texto a la propia Yulieth, y ahora me acuerdo que entonces le dije que le tenía que regalar un poema ajeno que decía algo parecido. Es de Humberto Ak'abal y se titula "Necesidad":
A veces es necesario
perder algo,
sólo así
uno comienza a buscar,
y sin querer
encuentra cosas que,
de no ser por lo perdido,
no las habría encontrado
nunca.
domingo, 11 de abril de 2010
sábado, 10 de abril de 2010
La responsabilidad de lo público
Les cuento hoy, mis escasos pero queridos lectores, lo que iba a contar ayer. Estos días estaba leyendo El declive de la ciudadanía. La construcción de la ética pública, de Victoria Camps (Madrid, PPC, 2008). Me ha parecido un poco flojo, y si ha lugar ya diré en otro momento por qué; pero no lo traigo a colación por eso, sino por algo que, aunque no es nuevo, me parecía interesante reseñar. Una de las tesis centrales del libro es que cada vez más vivimos en una democracia sin ciudadanos —lo que resulta harto peligroso para la propia democracia—, entre otras razones porque los individuos tendemos a des-responsabilizarnos del propio funcionamiento del sistema: "Se produce así, efectivamente, un cierto paternalismo del estado, que subvenciona y protege sin incentivar comportamientos autónomos y, lo que es más grave, sin conseguir que los individuos se hagan ellos mismos responsables del buen funcionamiento que el estado social dispensa. Habrá que corregir la convicción de que vivimos, como proclamó Bobbio hace años, en la época de los derechos. El ciudadano se siente, ante todo, sujeto de derechos, no alguien que tenga también deberes con respecto a la comunidad" (pág. 62). En realidad, esa falta de responsabilidad o de conciencia no sólo de mis derechos, sino también de sus límites y de mis propios deberes, va ligada a una defectuosa concepción de lo público que se advierte en los gestos más nimios y en todas las esferas de la vida cotidiana. Por eso, hoy día urge más que nunca reconstruir la cosa pública, más allá de los límites de lo estatal.
La lectura me recordó una conversación mantenida hace unas semanas, durante una comida, con unas compañeras de la Universidad. Alguien comentó lo importante que es hacer ver a los estudiantes, nada más empezar el curso, la inversión que desde las instituciones, es decir, entre todos, se está haciendo en su formación académica. Siempre ponemos la vista críticamente y no sin razón —se decía— en lo que los responsables públicos hacen con el dinero de todos, pero también podemos preguntarnos: ¿Y qué hacemos nosotros con el dinero de todos?
Según el informe La Universidad Española en Cifras, publicado en 2008 por la CRUE (los datos son de 2006, pero sirven para hacernos una idea aproximada y pueden verse aquí), "la financiación procedente del pago directo por los estudiantes de los precios públicos de las enseñanzas oficiales de grado han pasado de representar el 10,05 al 6,89 por 100 del total de la financiación neta de los años 2000 y 2006, respectivamente, que expresado en esfuerzo financiero directo por estudiante matriculado representa unas aportaciones dinerarias de 437 y 547 euros en los años 2000 y 2006 respectivamente"; por otro lado, "el gasto total por estudiante matriculado registra estos años un crecimiento del 71,03 por 100, siendo la cifra de gasto total por estudiante en el curso académico 2006-2007 de 7.406,15 euros" (pág. 98). Es decir, que si yo no entiendo mal (y si es así, les ruego que me corrijan) eso quiere decir que, a grandes rasgos, todos los estudiantes reciben sin enterarse una ayuda de unos siete mil euros al año de media.
Ojalá no se me entienda mal, porque no digo que no haya que hacerlo —¡e incluso incrementar esa financiación!— pero si no somos conscientes de ello (y no sólo los estudiantes y no sólo en la Universidad, piénsese en la educación en general, la sanidad, la justicia, la limpieza de las calles...) difícilmente podremos responder adecuadamente y seguiremos siendo, como dice V. Camps, "individuos que no se sienten deudores de los beneficios que socialmente reciben" (pág. 106). O desde otro punto de vista: individuos para los que lo público es algo ajeno y por lo tanto que no es responsabilidad suya.
Ojalá no se me entienda mal, porque no digo que no haya que hacerlo —¡e incluso incrementar esa financiación!— pero si no somos conscientes de ello (y no sólo los estudiantes y no sólo en la Universidad, piénsese en la educación en general, la sanidad, la justicia, la limpieza de las calles...) difícilmente podremos responder adecuadamente y seguiremos siendo, como dice V. Camps, "individuos que no se sienten deudores de los beneficios que socialmente reciben" (pág. 106). O desde otro punto de vista: individuos para los que lo público es algo ajeno y por lo tanto que no es responsabilidad suya.
viernes, 9 de abril de 2010
El trazo grueso y los matices
Hoy iba a escribir sobre otra cosa, pero la actualidad manda, así que dejaré lo que les iba a contar para mañana. Digo que manda la actualidad porque hoy he recibido un correo de una buena amiga con información sobre un manifiesto en apoyo del magistrado Baltasar Garzón por parte de las asociaciones de la memoria histórica (que pueden ver aquí). He de reconocer que hace un tiempo que no suelo firmar muchos manifiestos, no sé si para darles algo de valor a los que pueda apoyar con el poco o el mucho valor que puede tener mi firma, que es sólo la de una persona (pero por eso mismo con todo el valor que tiene la firma de una persona); pero también porque muchos llegan a través de internet, sin que se sepa muy bien donde acaban sus datos y para qué sirve realmente lo que se firma; y en muchos otros porque están cargados de retórica. Un manifiesto, al fin y al cabo, siempre tiene algo de trazo grueso.
Sobre el que tenía que decidir, me ha sorprendido porque ese trazo es un poco más grueso que de costumbre. Sobre todo por dos razones. La primera, porque comienza diciendo que el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Supremo "urden" (sic) el procesamiento del juez Garzón. Es decir, que el procesamiento sería el resultado de un complot o maquinación (eso es lo que significa urdir en nuestro idioma) orquestado por la mayoría del CGPJ y el TS. La segunda, porque bajo la apariencia de una argumentación jurídica (apelando al Estado de Derecho, a la Constitución y a la ley), en realidad el manifiesto es más bien una declaración política: lo que vale es investigar la corrupción, el terrorismo y los crímenes contra la humanidad, y no cómo se haga (cuando el derecho tiene que ver mucho con el cómo, con los medios). La conclusión del manifiesto vendría a ser esta: lo que Garzón hace representa el Estado de Derecho, y por eso cualquier decisión que le perjudique va contra el Estado de Derecho. Un poco fuerte, ¿no?.
El manifiesto critica que se pueda considerar como prevaricación los autos de Garzón en los que se declaraba competente en relación con los crímenes del franquismo, y que según los firmantes "contienen razonamientos jurídicos magistrales y que pasarán a los anales del Derecho". Todo puede ser. Yo, por si acaso, me he puesto a buscar en internet y a leerme el Auto del magistrado Luciano Varela (de 7 de abril de 2010), y no sé si magistral, pero también me ha parecido fundado en Derecho. Al fin y al cabo, como dice el mismo Auto, determinar si las decisiones de Garzón eran correctas o no jurídicamente es "responsabilidad exclusiva y excluyente del Tribunal que ha de enjuiciarlo. Sin duda, lo hará ilustrado por los argumentos de las partes al respecto, pero sin la intermediación de pericias jurídicas y, menos aún si cabe, de plebiscitos que son incompatibles con el ejercicio de la potestad jurisdiccional de un Estado democrático".
Al leer el manifiesto y reflexionar sobre él, me he acordado de un artículo breve de Manuel Atienza que leí hace un par de años y lo he buscado otra vez. Está en la revista El Notario del siglo XXI de 19-12-2008. En ese artículo, Atienza analizaba críticamente las decisiones de Garzón precisamente por sus elementos jurídicos, al margen de las intenciones que pudieran animarlas. ¿Es posible que haya buenas razones para oponerse a la defensa de una causa justa?, se preguntaba Atienza. En su opinión, quienes defendían entonces el Auto de Garzón declarándose competente incurrían en la falacia de ignoratio elenchi, que —dicho pronto y mal— es la que cometemos cuando usamos los argumentos para demostrar conclusiones distintas a las que se refieren (por ejemplo, apelando sobre la corrección de las decisiones del juez en razón de la justicia de las causas que defiende). Y algo de eso, me parece, está pasando con los manifiestos que aparecen por doquier.
Atienza concluía su artículo diciendo que "seguramente nunca hay razones para oponerse a una causa justa, pero puede haberlas para oponerse a una cierta manera de defender una causa justa". No es sólo una cuestión de matices. En el derecho la verdad, o la razón, como diría el poeta, está en los matices.
Sobre el que tenía que decidir, me ha sorprendido porque ese trazo es un poco más grueso que de costumbre. Sobre todo por dos razones. La primera, porque comienza diciendo que el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Supremo "urden" (sic) el procesamiento del juez Garzón. Es decir, que el procesamiento sería el resultado de un complot o maquinación (eso es lo que significa urdir en nuestro idioma) orquestado por la mayoría del CGPJ y el TS. La segunda, porque bajo la apariencia de una argumentación jurídica (apelando al Estado de Derecho, a la Constitución y a la ley), en realidad el manifiesto es más bien una declaración política: lo que vale es investigar la corrupción, el terrorismo y los crímenes contra la humanidad, y no cómo se haga (cuando el derecho tiene que ver mucho con el cómo, con los medios). La conclusión del manifiesto vendría a ser esta: lo que Garzón hace representa el Estado de Derecho, y por eso cualquier decisión que le perjudique va contra el Estado de Derecho. Un poco fuerte, ¿no?.
El manifiesto critica que se pueda considerar como prevaricación los autos de Garzón en los que se declaraba competente en relación con los crímenes del franquismo, y que según los firmantes "contienen razonamientos jurídicos magistrales y que pasarán a los anales del Derecho". Todo puede ser. Yo, por si acaso, me he puesto a buscar en internet y a leerme el Auto del magistrado Luciano Varela (de 7 de abril de 2010), y no sé si magistral, pero también me ha parecido fundado en Derecho. Al fin y al cabo, como dice el mismo Auto, determinar si las decisiones de Garzón eran correctas o no jurídicamente es "responsabilidad exclusiva y excluyente del Tribunal que ha de enjuiciarlo. Sin duda, lo hará ilustrado por los argumentos de las partes al respecto, pero sin la intermediación de pericias jurídicas y, menos aún si cabe, de plebiscitos que son incompatibles con el ejercicio de la potestad jurisdiccional de un Estado democrático".
Al leer el manifiesto y reflexionar sobre él, me he acordado de un artículo breve de Manuel Atienza que leí hace un par de años y lo he buscado otra vez. Está en la revista El Notario del siglo XXI de 19-12-2008. En ese artículo, Atienza analizaba críticamente las decisiones de Garzón precisamente por sus elementos jurídicos, al margen de las intenciones que pudieran animarlas. ¿Es posible que haya buenas razones para oponerse a la defensa de una causa justa?, se preguntaba Atienza. En su opinión, quienes defendían entonces el Auto de Garzón declarándose competente incurrían en la falacia de ignoratio elenchi, que —dicho pronto y mal— es la que cometemos cuando usamos los argumentos para demostrar conclusiones distintas a las que se refieren (por ejemplo, apelando sobre la corrección de las decisiones del juez en razón de la justicia de las causas que defiende). Y algo de eso, me parece, está pasando con los manifiestos que aparecen por doquier.
Atienza concluía su artículo diciendo que "seguramente nunca hay razones para oponerse a una causa justa, pero puede haberlas para oponerse a una cierta manera de defender una causa justa". No es sólo una cuestión de matices. En el derecho la verdad, o la razón, como diría el poeta, está en los matices.
jueves, 8 de abril de 2010
¿Cuántos copos de nieve hacen falta para romper una rama?
Lecturas superpuestas. Estaba acabando el libro de los hermanos Goodman (Amy y David, ambos periodistas y ella impulsora de Democracy now!) que ha publicado la editorial Hiru sobre "Héroes ordinarios en tiempos extraordinarios", y me encuentro con la entrevista a Joan Chittister que aparece en el último número de la revista "El Ciervo". El libro de los Goodman recoge las historias de gente común que ha sabido ir corriente arriba, enfrentarse a las convenciones impuestas por el poder y crear pequeños espacios de resistencia, corriendo con el riesgo que supone actuar en conciencia: un bibliotecario que protege la privacidad y libertad de los usuarios de su Biblioteca frenta a las tentaciones orwellianas del Gran Hermano; estudiantes de instituto representando una obra de teatro sobre la guerra a pesar de los obstáculos; un soldado negándose a luchar... Son sólo algunos de los ejemplos que recoge el libro.
¿Qué hace que tengan esperanza?, les preguntan a los Goodman. "Vosotros", responden, la gente y los movimientos que recogen en el libro y los que no se mencionan en él: "Protestar es un acto de amor. Nace de la profunda convicción de que el mundo puede ser mejor, un lugar más amable. Decir 'no' a la injusticia es la máxima declaración de esperanza".
A Joan Chittister le preguntan por el cambio, la resistencia y la impaciencia. Respuesta: "¿Cuántos copos de nieve hacen falta para romper una rama? No lo sé, pero quiero hacer mi parte si soy un copo de nieve".
¿Qué hace que tengan esperanza?, les preguntan a los Goodman. "Vosotros", responden, la gente y los movimientos que recogen en el libro y los que no se mencionan en él: "Protestar es un acto de amor. Nace de la profunda convicción de que el mundo puede ser mejor, un lugar más amable. Decir 'no' a la injusticia es la máxima declaración de esperanza".
A Joan Chittister le preguntan por el cambio, la resistencia y la impaciencia. Respuesta: "¿Cuántos copos de nieve hacen falta para romper una rama? No lo sé, pero quiero hacer mi parte si soy un copo de nieve".
miércoles, 7 de abril de 2010
La claridad es un don
De tierras zamoranas me he traído la edición que ha hecho el Instituto de Estudios Zamoranos Florián de Ocampo de la poesía de Claudio Rodríguez, que andaba más o menos dispersa en la estantería. Y al releer los versos de "Don de la ebriedad", que abren la obra, uno tiene la sensación de que la lectura —como la escritura, seguramente— no va a consistir en abastecerse o cargarse tomando de aquí o allá (cosas, ideas, palabras), sino tal vez en despojarse, en desprenderse, en desarmarse en el sentido literal de la palabra:
"Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.
Y esto es un don..."
José Jiménez Lozano también lo ha escrito así: "Y luego está lo más importante, lo esencial: que la sed no se apaga sino con agua de manantial, y así es la sed de lo que en una narración o un poema se busca. Lo que pasa es que para hallar ese agua, hay que cavar un pozo inmenso y que se nos conceda entontrar una veta pura. Porque siempre la claridad —luz o agua— es un don. No se sabe de dónde viene, sólo se sabe que hay que cavar mucho, esperar mucho, y que quizás no se nos dé". (La luz de una candela, Barcelona, Anthropos, 1996, p. 39)
"Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.
Y esto es un don..."
José Jiménez Lozano también lo ha escrito así: "Y luego está lo más importante, lo esencial: que la sed no se apaga sino con agua de manantial, y así es la sed de lo que en una narración o un poema se busca. Lo que pasa es que para hallar ese agua, hay que cavar un pozo inmenso y que se nos conceda entontrar una veta pura. Porque siempre la claridad —luz o agua— es un don. No se sabe de dónde viene, sólo se sabe que hay que cavar mucho, esperar mucho, y que quizás no se nos dé". (La luz de una candela, Barcelona, Anthropos, 1996, p. 39)
domingo, 4 de abril de 2010
viernes, 2 de abril de 2010
Viernes Santo
Es Viernes Santo, y he aquí al hombre. Ecce Homo. Lean aquí lo que escribe Reyes Mate en "El Norte de Castilla" del día de hoy.
jueves, 1 de abril de 2010
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