Hay libros que, por muy voluminosos que sean, se leen como un adolescente se zampa un enorme y suculento bocata; los hay que, por muy interesantes que nos los presenten, se nos atragantan como un plato frío de lentejas; y hay algunos pequeños, casi insignificantes, que sin embargo tomamos a pequeños sorbos, alargando la lectura, saboreando cada una de sus palabras. Y todos nos dejan con hambre.
"Un libro —dice Christian Bobin—, un verdadero libro, no es alguien que nos hable, es alguien que nos oye, que sabe oirnos".
"Un libro —dice Christian Bobin—, un verdadero libro, no es alguien que nos hable, es alguien que nos oye, que sabe oirnos".
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