jueves, 23 de septiembre de 2010

Cantar y callar

En su último libro —Sociedad limitada—, el poeta Miguel D'Ors tiene un divertido poema en el que cuenta sus siete motivos para desear que no le dediquen una calle. Entre otros, dice, "porque el futuro, / al verme celebrado por mi tiempo, / acaso pensaría que fui cómplice de él. / Que quede claro, fréres humains, que yo no tuve / nada que ver con esto".

Sus versos me han venido a la cabeza y a los labios al contemplar la urgencia con la que el Ayuntamiento de Zaragoza ha decidido cambiar el nombre del Parque Grande de la ciudad y ponerle el del desaparecido José Antonio Labordeta. Aunque la prisa del Ayuntamiento no ha sido la única para no perder comba con la reacción social ante la muerte del cantautor, escritor, viajero y político aragonés, convertido ya en un referente identitario y cultural, en una figura moral. Algo así, me parece, sugería en un artículo en El Mundo de ayer su amigo Eloy Fernández Clemente (ver aquí).

Decir a veces es disentir; callar, en ocasiones, es una forma de cantar. No sé si Labordeta —a quien no tuve la suerte de conocer personalmente, pero con quien aprendí y disfruté desde hace muchos años leyendo sus versos, cantando sus canciones y contemplando sus viajes— hubiera suscrito esas palabras; pero son las primeras en las que he pensado a la hora de digerir la vorágine de estos días, el dolor de unos y la ansiedad de otros; y de entender su significado.


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