Ayer me fui al cine. Tocaba una película de acción: de las que tienen dos "tes" (tiros y tortas); de esas cuyo único mérito —a falta de una historia interesante que contar, de algún valor sólido que transmitir o de una estética que crear— radica en su capacidad para mantener despierto y atento al espectador a base de explosiones y fuegos artificiales. Y ayer, al parecer, lo consiguió con la mayoría de los espectadores que había en la sala, que reían, jaleaban e incluso aplaudían las peripecias de los protagonistas en su lucha contra los malos malísimos. Incluso me dió la sensación que el público inspiraba más fuertemente —como impresionado en lo más hondo— en el momento en el que uno de los personajes recurría a la figura de Gandhi para justificar su opción por la violencia: porque lo importante al parecer, según el mensaje de la película, no son los medios utilizados, sino la coherencia y firmeza de los medios. Como lo oyen y lo ven: Gandhi convertido en el referente moral del Equipo A; o viceversa, el Equipo A como ejemplo de la filosofía moral de Gandhi. Pero si lo piensan bien, al fin y al cabo, ello no es sino una muestra más de la deriva política y moral de sociedades como las nuestras, que el año pasado aplaudían, puestos en pie, la concesión del premio nóbel de la paz al comandante en jefe del mayor ejército del mundo, después de que este renovara el escabroso compromiso de su gobierno en varias guerras.
Tenías que haber ido a ver TOY STORY 3, se aprende mucho a la vez que te diviertes.
ResponderEliminarEsa tocó la semana pasada
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