Hace mucho calor y no tengo aire acondicionado. Y se hace difícil trabajar. Uno corre el riesgo de pensar que, en otras condiciones, podría trabajar con más provecho. Seguramente sí; o seguramente no. Es una tentación que nos acompaña siempre: dilatar o posponer nuestros compromisos, nuestros proyectos, nuestras tareas, nuestros retos, a un futuro que nunca va a existir. Y ahora que estamos "en crisis", más todavía. Pero en realidad, sabemos que nunca tendremos el tiempo suficiente, ni la tranquilidad necesaria, ni bastante salud, para lo que nunca saldrá de nuestras cabezas. Es el riesgo de abandonarse a un futuro que siempre será imperfecto; el presente, en cambio, es simple.
Pienso en eso, esta tarde, mientras descanso un rato escuchando el Cuarteto para el fin de los tiempos, de Olivier Messiaen y leo el libro de Rebecca Rischin en el que cuenta la historia de su composición y estreno, el 15 de enero de 1941, en un campo de prisioneros alemán al este de Görlitz, donde el compositor francés se encontraba prisionero. Para los que conocen la música de Messiaen la historia no es nueva: allí, en el Stalag VIII-A, el organista francés concluyó la composición que había iniciado poco antes de una obra enigmática e inquietante, como el anuncio del Apocalipsis en el que está inspirada. Y allí se estrenó, un día helado de enero de 1941, con instrumentos medio rotos, ante una audiencia de unas cinco mil personas, la mayoría legos en música contemporánea, pero capaces de descubrir el mensaje del canto de los pájaros que el músico —y ornitólogo— Messiaen era capaz de reproducir en la partitura. "Nunca antes había sido escuchado con tanta atención y comprensión", dijo Messiaen en una entrevista. Uno de los acontecimientos más importantes de la música del siglo XX nació así: en un campo de prisioneros. Como una parturienta, la auténtica tarea, el compromiso o el reto —la obra de arte en este caso— nunca puede esperar a que las condiciones mejoren.
Pienso en eso, esta tarde, mientras descanso un rato escuchando el Cuarteto para el fin de los tiempos, de Olivier Messiaen y leo el libro de Rebecca Rischin en el que cuenta la historia de su composición y estreno, el 15 de enero de 1941, en un campo de prisioneros alemán al este de Görlitz, donde el compositor francés se encontraba prisionero. Para los que conocen la música de Messiaen la historia no es nueva: allí, en el Stalag VIII-A, el organista francés concluyó la composición que había iniciado poco antes de una obra enigmática e inquietante, como el anuncio del Apocalipsis en el que está inspirada. Y allí se estrenó, un día helado de enero de 1941, con instrumentos medio rotos, ante una audiencia de unas cinco mil personas, la mayoría legos en música contemporánea, pero capaces de descubrir el mensaje del canto de los pájaros que el músico —y ornitólogo— Messiaen era capaz de reproducir en la partitura. "Nunca antes había sido escuchado con tanta atención y comprensión", dijo Messiaen en una entrevista. Uno de los acontecimientos más importantes de la música del siglo XX nació así: en un campo de prisioneros. Como una parturienta, la auténtica tarea, el compromiso o el reto —la obra de arte en este caso— nunca puede esperar a que las condiciones mejoren.
Y es mejor lo simple que lo imperfecto? habla más sobre esto, me interesa, Pájaro Pinto.
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