sábado, 31 de julio de 2010

Gandhi y el Equipo A

Ayer me fui al cine. Tocaba una película de acción: de las que tienen dos "tes" (tiros y tortas); de esas cuyo único mérito —a falta de una historia interesante que contar, de algún valor sólido que transmitir o de una estética que crear— radica en su capacidad para mantener despierto y atento al espectador a base de explosiones y fuegos artificiales. Y ayer, al parecer, lo consiguió con la mayoría de los espectadores que había en la sala, que reían, jaleaban e incluso aplaudían las peripecias de los protagonistas en su lucha contra los malos malísimos. Incluso me dió la sensación que el público inspiraba más fuertemente —como impresionado en lo más hondo— en el momento en el que uno de los personajes recurría a la figura de Gandhi para justificar su opción por la violencia: porque lo importante al parecer, según el mensaje de la película, no son los medios utilizados, sino la coherencia y firmeza de los medios. Como lo oyen y lo ven: Gandhi convertido en el referente moral del Equipo A; o viceversa, el Equipo A como ejemplo de la filosofía moral de Gandhi. Pero si lo piensan bien, al fin y al cabo, ello no es sino una muestra más de la deriva política y moral de sociedades como las nuestras, que el año pasado aplaudían, puestos en pie, la concesión del premio nóbel de la paz al comandante en jefe del mayor ejército del mundo, después de que este renovara el escabroso compromiso de su gobierno en varias guerras.

jueves, 29 de julio de 2010

Las cosas que no pasan

Conversación telefónica (sin relación alguna con el comentario anterior):

—Servicio de información del ayuntamiento de X, dígame.
—Hola buenas tardes. Verá, tengo un sofá viejo del que quiero deshacerme y tengo entendido que llamándoles pasan ustedes a recogerlo para que no se quede tirado en la calle.
—Sí, así es, pero la recogida es sólo los domingos por la noche y tienen ustedes que bajarlo a la calle.
—No hay problema. Entonces, ¿lo bajo este domingo?
—De acuerdo, dígame su dirección para pasar a buscarlo.
—Avenida Y, número 108.
—A ver... un momento... No, no puede ser, hay un problema. En mi base de datos no aparece esa dirección, no existe. Sólo está hasta el número 86.
—Oiga, que yo estoy llamándole desde aquí, esquina con la calle Z; y esto está lleno de casas desde hace muchos años.
—No puede ser. Lo siento. Dígame otro número más bajo.
—...

lunes, 26 de julio de 2010

Cultura de residuos

Los filósofos pensaron que los límites del mundo estaban en el lenguaje y los burócratas, alborozados, concluyeron que para cambiar el mundo bastaba con reinventar las palabras que lo nombran. Y así surgió una nueva era, verborreica y logolaxa, con gusto por los tecnicismos y la neolengua. El "portero" de la casa, por ejemplo, dejó de ser tal para convertirse en "guardián de finca urbana" y el "recreo" escolar se convirtió en un simple "segmento de ocio". Los universitarios —y los pedagogos ni les cuento— somos especialmente proclives al uso de fórmulas políticamente correctas. Seguro que ustedes conocen más y peores ejemplos. El lenguaje al servicio del poder.

Uno de los recursos característicos de esta nueva ingeniería del lenguaje es, sin lugar a dudas, el eufemismo, que el Diccionario de la RAE define como una "manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante". Y un ejemplo típico de eufemismo lo constituye lo que en nuestras ciudades se ha venido en llamar el "punto limpio", nombre utilizado en la nueva jerga para referirse a lo que antes era simplemente el "basurero", y que en realidad designa lo contrario de lo que nombra.

Esta tarde, paseando por la ciudad, me he topado con uno de esos "puntos limpios" que por causalidades de la vida se había convertido en una metáfora de nuestra sociedad desarrollada. A falta de una cámara fotográfica, les relato la imagen: Se trataba de una señal de "punto limpio", lugar de recogida de basuras donde periódicamente acude un camión del servicio de limpieza del Ayuntamiento, para llevarse materiales reciclables o especialmente contaminantes. La señal es explícita: "Punto limpio. Recogida"... de basuras.

La señal está colocada en la mitad, aproximadamente, de una de las calles típicas de la ciudad en la que vivo (para mis paisanos, adivinen ustedes cuál: transitada, turística, comercial, decimonónica...), en una pequeña placita, justo detrás de uno de los bancos de madera donde la gente se sienta a descansar, o charlar o dar de comer a las palomas; y en el que en esos momentos estaba echado un vagabundo. Alguien podrá pensar que, como no lo vemos, la miseria ya no transita por enormes basureros azotados por las gaviotas. Descansa plácidamente en puntos limpios con recogida en horario de mañana y tarde, dos días por semana. ¿"Vidas sobrantes"? (Claude Lefort) ¿"Cultura de residuos"? (Z. Bauman). Quién sabe.

sábado, 24 de julio de 2010

La excepción y la norma

Día de playa. Me he venido con una carpeta llena de papeles para un trabajo que tengo que acabar, y que por la tarde reviso durante un buen rato con más voluntad que ganas, haciendo oídos sordos a la brisa, al canto de los pájaros y al rumor de las olas, que es todo junto como una permanente llamada en el hombro.

El contenido de los papeles también echa para atrás: son una pequeña pero espesa fronda de reglamentos locales de participación ciudadana, que dan sensación más de maleza que de bosque. Después de leerlos detenidamente uno tras otro, uno ya no sabe qué es peor, si que nuestros legisladores -municipales, en este caso- tengan imaginación o que carezcan de ella. El caso es que mientras trabajo en ellos no puedo quitarme de la cabeza un chascarrillo que leía el otro día en un libro sobre un extraño pájaro escrito por el fecundo historiador, desaparecido hace un par de años, J. I. Tellechea.

La anécdota me recordaba una norma que yo también conocí de (más) joven. Cuando la vi posiblemente ya no estaba en vigor, pero recuerdo que en la entrada de un pueblo del somontano del Moncayo hace unos cuantos años todavía se leía el cártel en el que se anunciaba al viajero que estaba prohibido blasfemar en todo el término municipal. Tellechea, por su parte, contaba que como era sabido que las mulas sólo arreaban a fuerza de gritos "que gramáticos distraídos calificarían de simples interjeciones y los moralistas hasta los más laxos de blasfemia", en un pueblo navarro un alcalde prohibió severamente blasfemar incluso yendo con mulas, "excepto si iban cuesta arriba". No hay nada como legislar con sentido común para que la norma se revele en toda su tontuna.

Aún me aplico un rato más a desbrozar la selva reglamentaria, alimentando mi escepticismo en la búsqueda de su oculta racionalidad, antes de claudicar a la llamada en el hombro. La de la brisa y los pájaros y las olas...

jueves, 22 de julio de 2010

Relámpago

En la noche, a lo lejos, la tormenta: el atrevimiento del rayo, empeñado en que empiece el nuevo día.

lunes, 19 de julio de 2010

Alfonso Comín

Esta semana, el viernes día 23, hace treinta años que murió Alfonso Carlos Comín. Político e intelectual, Comín apostó con radicalidad desde su juventud por un compromiso que nacía de su profunda experiencia religiosa y de una reflexión política que hundía sus raíces a la vez en las figuras de Charles de Foucauld y de Emmanuel Mounier. Y a través de este último, en el marxismo.

Con esos y otros mimbres, Alfonso Comín fue entretejiendo una vida militante que le llevó a trabajar con el mundo obrero, a pasar por la cárcel y a comprometerse políticamente como dirigente en partidos de izquierda como el famoso "Felipe" —o su referente catalán, el FOC—, "Bandera Roja" o el PSUC y el PCE, y a impulsar el movimiento "Cristianos por el socialismo", del que fue un referente en España. Quizás el título de uno de sus libros —Cristianos en el partido, comunistas en la Iglesia— pudiera servir como resumen de la tensión activa y creativa desde la que concebía su propia militancia, caracterizada por la defensa de la expresión pública —y política— de la fe, por la dimensión colectiva —y católica— del compromiso y por una insobornable esperanza nacida de la experiencia de la Pascua.

Estos días, he celebrado el recuerdo de Comín leyendo dos libros aparecidos recientemente sobre su figura: Comín, mi amigo, de José Antonio González Casanova, catedrático de Derecho Constitucional y compañero de algunas de las aventuras religiosas, políticas y culturales de juventud de Comín (El Lector Universal, 2010); y La cruz y el martillo, del historiador Francisco Martínez Hoyos (Ediciones Rubeo, 2009). Son dos libros a la vez contrapuestos y complementarios: El de González Casanova más próximo a la memoria testimonial y a la reconstrucción casi hagiográfica del personaje; el de Martínez Hoyos más basado en la confrontación de testimonios y fuentes diversas, buscando una semblanza más objetiva, lo que hace también que se muestre un perfil de Comín más contradictorio —que a González Casanova, incomprensiblemente en mi opinión, parece doler. Pero quizás una de las lecciones de esas contradicciones que la vida y obra de Comín nos puede transmitir es la que él mismo aprendió de su maestro Mounier: que el compromiso político —como todo compromiso— es por definición imperfecto.

Cuando hace años conocí la figura y la obra de Comín, la relacioné inmediatamente con la de otro gran testigo del siglo XX: Simone Weil. El Comín expulsado del partido en el que entonces militaba —acusado al parecer de excesivo "testimonialismo"— a raíz de su traslado a Málaga a vivir con su mujer en un barrio obrero —"a lo padre Llanos", podríamos decir— y sus confrontaciones permanentes y directas con quienes le conocieron, me recordaban el famoso encuentro entre Simone Weil y Simone de Beauvoir: "se ve que usted no ha pasado nunca hambre" le espetó en cierta ocasión la "virgen roja" a la compañera de Sartre. Al leer el libro de Martínez Hoyos, he visto confirmada esa intuición en las palabras de uno de los amigos de Comín, el sociólogo Salvador Giner, que lo caracterizaba así: "Admirable e irritante, como Simone Weil".

Comín murió en 1980 aún joven (no había cumplido los 47 años), dejando sin embargo tras de sí una amplia obra escrita (sus Obras agrupan más de 6.000 páginas de escritos agrupados en siete volúmenes) y una intensa militancia política y cultural que la Fundación que lleva su nombre trata de conservar y difundir. Hoy, avivando su recuerdo, he buscado reencontrarme con el Comín que yo conocí hace algo más de veinte años: el de sus libros, el que trabajaba en La reconstrucción de la Palabra. Y realmente no parece que hayan pasado 30 años, sino cien. La búsqueda de Comín —porque eso es también la fe, según él, una intensa e interminable búsqueda— y su intento de conciliar teóricamente y en la práctica marxismo y cristianismo, hoy día podrían parecer a muchos algo trasnochado y demodé, en estos tiempos líquidos en los que todo lo sólido se desvanece en el aire. Y sin embargo, seguimos buscando en medio de la incertidumbre.

En el último número de la mounieriana revista Acontecimiento (95/2010), leía estos días un artículo sobre las "personas-faro", aquellas que "iluminan la existencia de las personas que les rodean". No cabe duda de que Alfonso Comín, por lo que conocemos, fue en vida una de ellas, aunque su luz pudiera a veces incluso molestar —porque todo destello es siempre molesto. Y hoy día, su obra y su recuerdo siguen siendo una importante referencia, aunque parezca débil o lejana, como un faro que ilumina; porque lo propio de los faros no es atraer hacia sí a quienes navegan en la oscuridad, sino servir de referencia para evitar que otros encallen en su propia travesía.

domingo, 18 de julio de 2010

"Mindundi"

De excursión. A comer migas y charrar y chafardear durante un buen rato. Sí, ya sé que la palabra "chafardear" no está en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. Ni esa ni muchas otras que salpicaban la sobremesa en la bodega: encorrer, reglotar, farto, mindundi... Alguien comenta que con motivo de alguna de las últimas ediciones del diccionario de la RAE, se abrió un procedimiento —telemático— para que la gente pudiera hacer sugerencias sobre aquellas palabras que consideraba conveniente incorporar o conservar, y que "mindundi" había sido una de esas sugerencias, pero que no había sido aceptada.
—Parece mentira —dice alguien—, con la de mindundis que hay o "habemos" por ahí sueltos.
—A lo mejor lo hacen por eso, para que no se note.

Aún queda rato, después de comer, para descansar en silencio, arrullados por el canto de los pájaros, las campanadas periódicas del reloj de la iglesia y las conversaciones escasas que en algún momento suben y bajan desde la calle. Luego de vuelta, conduciendo entre viñedos, dejamos atrás el monte que surgió del mar hace tres mil millones de años y que nos bendice impasible y lejano, como un dios dormido.

jueves, 15 de julio de 2010

Coma

Vuelvo de viaje, después de pasar día y medio en un curso de verano, toco chufa en casa y me meto en otro viaje. Cuando estoy llegando a mi destino, ya es de noche. A los dos lados de la carretera, las luces de pequeños pueblos iluminan débilmente paisajes vacíos y en lo alto la luna, como una coma aislada, sugiere una breve pausa indefinida.

lunes, 12 de julio de 2010

Futuro imperfecto

Hace mucho calor y no tengo aire acondicionado. Y se hace difícil trabajar. Uno corre el riesgo de pensar que, en otras condiciones, podría trabajar con más provecho. Seguramente sí; o seguramente no. Es una tentación que nos acompaña siempre: dilatar o posponer nuestros compromisos, nuestros proyectos, nuestras tareas, nuestros retos, a un futuro que nunca va a existir. Y ahora que estamos "en crisis", más todavía. Pero en realidad, sabemos que nunca tendremos el tiempo suficiente, ni la tranquilidad necesaria, ni bastante salud, para lo que nunca saldrá de nuestras cabezas. Es el riesgo de abandonarse a un futuro que siempre será imperfecto; el presente, en cambio, es simple.

Pienso en eso, esta tarde, mientras descanso un rato escuchando el Cuarteto para el fin de los tiempos, de Olivier Messiaen y leo el libro de Rebecca Rischin en el que cuenta la historia de su composición y estreno, el 15 de enero de 1941, en un campo de prisioneros alemán al este de Görlitz, donde el compositor francés se encontraba prisionero. Para los que conocen la música de Messiaen la historia no es nueva: allí, en el Stalag VIII-A, el organista francés concluyó la composición que había iniciado poco antes de una obra enigmática e inquietante, como el anuncio del Apocalipsis en el que está inspirada. Y allí se estrenó, un día helado de enero de 1941, con instrumentos medio rotos, ante una audiencia de unas cinco mil personas, la mayoría legos en música contemporánea, pero capaces de descubrir el mensaje del canto de los pájaros que el músico —y ornitólogo— Messiaen era capaz de reproducir en la partitura. "Nunca antes había sido escuchado con tanta atención y comprensión", dijo Messiaen en una entrevista. Uno de los acontecimientos más importantes de la música del siglo XX nació así: en un campo de prisioneros. Como una parturienta, la auténtica tarea, el compromiso o el reto —la obra de arte en este caso— nunca puede esperar a que las condiciones mejoren.

viernes, 9 de julio de 2010

¿Eh?

"El más tonto es el que, cuando hace falta, no sabe hacerse el tonto", me dice P. Y el menos listo el que va de listo, podríamos añadir.

jueves, 8 de julio de 2010

Los pilares de la paz

En el viaje relámpago del otro día me volví con un par de libros de Santa María de Huerta. Ninguno es novedad, pero los dos son actuales. Uno de ellos es La esperanza invencible, una recopilación de textos de Christian de Chergé, el monje trapense que fuera abad del monasterio de Nuestra Señora del Atlas, cerca de Tibhirine, en Argelia. Junto a otros seis compañeros de nacionalidad francesa, fue secuestrado en marzo de 1996 por el GIA (Grupo Islámico Armado) y asesinado tres meses después. Como superior del monasterio en el que vivía, y profundo conocedor de la cultura árabe y del país en que había decidido entregarse, De Chergé había impulsado un grupo interreligioso de oración que reunía a cristianos y musulmanes.

Empiezo el libro por el final y lo leo a saltos. Dadas las circunstancias en las que vivían y la amenaza constante que sufrían, hay muchos textos en los que el monje medita el previsible y fatal desenlace, incluido el que se convirtió en una especie de testamento póstumo que publicó el diario La Croix en mayo de 1996 (puede leerse un extracto aquí).

En el último de los textos que recoge el libro, una meditación sobre la cuaresma del 8 de marzo de 1996, el monje trapense resume en cinco palabras, a modo de regla mnemotécnica, los pilares de la paz: Paciencia, Pobreza, Presencia, Plegaria y Perdón. Y añade: "Como por azar, Perdón es el primer nombre de Dios en la letanía de los 99, Ar Rahman, Ar Rahman. Y la paciencia es el último de los 99, Es Sabour. Pero Dios mismo es pobre, Dios mismo está presente, y Dios mismo es plegaria. He aquí la paz que Dios da. No es como la que da el mundo".

martes, 6 de julio de 2010

Viaje

Viaje en el día a Madrid, ir y volver en coche, para llevar a I. al aeropuerto. Seguimos así, todos, el aprendizaje de la tensión entre el desarraigo y el enraízamiento. Quienes mejor aprendieron esa tensión —lo cuenta la Carta a Diogneto, un escrito anónimo del siglo II atribuido a la tradición de Pablo de Tarso— son aquellos que "habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña".

Al volver, aprovecho para descansar un rato visitando el Monasterio de Santa María de Huerta. Paseo solo, despacio, por el viejo monasterio, acompañado de un constante zureo de palomas. ¿Qué se estarán diciendo?