viernes, 27 de agosto de 2010

Zona saturada

Como otras veces, ayer hice la experiencia de dormir en una casa contigua a lo que eufemísticamente la legislación urbanística llama "zona saturada" y que no es más que una calle en la que se concentran unos cuantos bares y, sobre todo, la gente pasa la noche de copas en la calle, hablando, cantando y gritando porque, al parecer, algunos individuos —e individuas, por supuesto— para pasárselo bien necesitan estar muchos, muy apretados y que haya mucho ruido. Desconozco por qué es así, pero lo es.

No es que se tratara de un experimento. Es que fui a pasar un par de días al pueblo y ahí tienen en qué se ha convertido eso de la tranquilidad de la vida rural. Lo de ayer tenía además su énfasis porque a eso de las 02:30 —de la madrugada, sí— entre ese marea de humanoides mareados apareció una charanga liderada por un descerebrado con megáfono que se acomodó durante un buen rato —no sólo él, la charanga entera— bajo la ventana de mi dormitorio. Supongo que el tontolaba del megáfono tenía algún título de animador sociocultural, porque se encargó de amenizar la velada para que el resto de las jóvenes ovejas bailaran y cantaran lo que él decía, y así disfrutamos durante una media hora de un intenso repaso a todo el repertorio del folclore popular más cutre: desde los más clásicos ("si te ha pillao la vaca jódete...") hasta los más recientes ("a por ellos oe, oe, oe"), pasando por todo tipo de sugerencias y peticiones, incluido el "cumpleaños feliz".

Uno de los vecinos me contaba esta mañana que él ayer (en puridad debería decir "hoy"), como otras noches, llamó a la policía municipal, pero que verdes las han segado. Nunca aparecen. Quien sabe si porque son ellos los que prefieren hacer la vista gorda o porque quienes les dirigen —el alcalde y compañía— no están dispuestos a tomar medidas que puedan calificarse de "represivas" con esos pobres chicos y chicas que al fin y al cabo no hacen otra cosa sino ejercer su humilde derecho a divertirse (aunque sea a gritos, dejando la calle hecha una guarrada y a costa del descanso, la salud y la integridad física y moral de los demás). Al fin y al cabo, nuestros políticos son progresistas y populares y además a ver si luego, si no, los jovencitos nos van a salir con cualquier tipo de complejos. Y seguramente, también, y al margen de cualesquiera otras hipótesis sobre la ordenación de los intereses de los representantes de la ciudad, porque qué mejor forma de tener bien reprimido al personal, sin que ellos lo sepan, que fomentar todo tipo de gregarismo.

De todas maneras, como no había quien pudiera pegar ojo, decidí imaginar un hipotético debate sobre la cuestión, que tal vez empezara cuando mi vecino, cansado de tanto folclore y ruido nocturno, bajara a preguntarle de forma absolutamente educada y cordial al fulano del altavoz:

— ¡Perdona, oye, una cosa...! (las admiraciones acompañan en todo momento porque ya se sabe que en esos ambientes, para entenderse, hay que hablar a gritos a la oreja del compañero)
—¡¿Sí...?!
—¡Oye, ya que estáis así!, ¿por qué no váis a tocar a casa de vuestra puta madre, o de la del alcalde, para que os ría la gracia?
—¡Hey, tío, no te pases! Si te molesta te vas...
—Sí, me molesta, pero no puedo irme, es que vivo aquí. Y aunque pudiera, ¿y si no quiero irme? Entiendo que si me echo a dormir en la puerta de una fundición siderometalúrgica va a haber ruidos, pero en el centro del pueblo, a las tres de la madrugada...
—Oye, abuelo, pues vete a protestarle al alcalde. ¿Dónde vamos a ir si no? La calle es de todos y nosotros también tenemos derecho a divertirnos.
—Por supuesto que es de todos, no sólo vuestra, y quienes vivimos aquí queremos dormir. Y seguro que el alcalde y la policía tiene su parte de culpa, pero la más importante te corresponde a tí, que eres el que está molestando. Si no, podría entenderse que quien atropella a una persona no es responsable porque no había un policía que lo impidiera...
—Oye oye, no te pases —dijo amenazante— que nosotros no hemos atropellado a nadie...

Aun iba a proseguir el debate, pero el responsable del tambor, con un rápido y fuerte toque sincopado anunció el inició de otra nueva melodía, a la que se sumaron el siguiente compás el saxofón, el trombón de varas y las trompetas, y que ahogó completamente las palabras de mi vecino, que trataba de insistir en que si realmente eran tan enrollados y divertidos y transgresores, por qué no iban a montar la juerga a casa del alcalde, o a la suya propia...

El del megáfono se dió la media vuelta y bailando y sonriendo le hizo un gesto a otro de sus colegas con el dedo en la cabeza para quitarle importancia al asunto y que no acabara en bronca. Quién sabe lo que hubiera ocurrido si en ese momento llega al fin la policía. Seguramente hubieran detenido a mi vecino, por provocador y alborotador, acusado de alterar la tranquilidad y el orden público.

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