La ciudad en fiestas. Aunque el viento viene frío del norte, rizando el mar, la calle es un bullicioso guirigay de gentes diversas fisgoneando y disfrutando todo tipo de espectáculos callejeros: aquí músicos y allá danzantes, gigantes y cabezudos, y vendedores de fuego y de humo por todas las esquinas.
En medio de todo ese carnavalesco mercado, discretamente, un hombre anciano se anuncia como "poeta e inventor de palabras". Su tenderete es humilde: una mesa plegable con varias cajas repletas de cientos de pequeños sobres de colores, del tamaño de una tarjeta de visita. De momento no tiene público -o clientela.
Me acerco a curiosear y me cuenta que en cada uno de los sobres hay pequeños "poemas de la vida" o palabras inventadas por él. Todas necesarias, me dice, y todas distintas. "Y de uso libre y sin derechos", añade. Me ofrezco a comprarle uno de sus poemas, escogiendo uno de los sobres al azar, y de paso me regala una de sus palabras. Dice el poema:
Cuando está inmóvil
arriba, la gaviota,
todo está quieto.
Luego abro el sobre de la palabra:
"Pernambulear": deambular por Pernambuco
En medio de todo ese carnavalesco mercado, discretamente, un hombre anciano se anuncia como "poeta e inventor de palabras". Su tenderete es humilde: una mesa plegable con varias cajas repletas de cientos de pequeños sobres de colores, del tamaño de una tarjeta de visita. De momento no tiene público -o clientela.
Me acerco a curiosear y me cuenta que en cada uno de los sobres hay pequeños "poemas de la vida" o palabras inventadas por él. Todas necesarias, me dice, y todas distintas. "Y de uso libre y sin derechos", añade. Me ofrezco a comprarle uno de sus poemas, escogiendo uno de los sobres al azar, y de paso me regala una de sus palabras. Dice el poema:
Cuando está inmóvil
arriba, la gaviota,
todo está quieto.
Luego abro el sobre de la palabra:
"Pernambulear": deambular por Pernambuco
Yo también he visto al mismo poeta e inventor de palabras
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