Mi abuelo materno tenía un barquito. Bueno, tuvo varios, aunque no simultáneamente. Empezó con una pequeña barca de remos; con los años se pasó a una pequeña fueraborda; y luego a otro, más grande, intraborda, ganándo así progresivamente metros de eslora y par motor. Aunque yo los conocí todos, no recuerdo si finalmente fueron dos o tres. Era su hobby, y nosotros disfrutábamos también de él, aprendiendo mientras jugábamos a marineros.
Lo que sí recuerdo es el final de la historia, porque yo tenía entonces 17 años y estaba a bordo la mañana en la que se incendió el barco cuando estaba amarrado en el puerto, fruto al parecer de una mala combustión del motor, acumulación de gases y una pequeña explosión que lo incendió rápidamente todo y originó una intensa humareda que se convirtió en la noticia del día en toda la bahía.
Ese día mi abuelo estaba trabajando, así que le llamaron para decirle que el barco se había incendiado totalmente: "¿Le ha pasado algo a alguien?", preguntó él. "No", le dijeron, "pero te has quedado sin barco". "¿Pero todos estáis bien?", insistió. "Sí, sí, a nadie le ha pasado nada". "Pues entonces hay que celebrarlo", dijo.
Y así se hizo. Nos fuimos todos juntos a comer y a celebrar que estábamos bien, y que estábamos juntos, más allá del regusto amargo al humo y la ceniza que sin nosotros saberlo nos anunciaba el final de una época.
Lo que sí recuerdo es el final de la historia, porque yo tenía entonces 17 años y estaba a bordo la mañana en la que se incendió el barco cuando estaba amarrado en el puerto, fruto al parecer de una mala combustión del motor, acumulación de gases y una pequeña explosión que lo incendió rápidamente todo y originó una intensa humareda que se convirtió en la noticia del día en toda la bahía.
Ese día mi abuelo estaba trabajando, así que le llamaron para decirle que el barco se había incendiado totalmente: "¿Le ha pasado algo a alguien?", preguntó él. "No", le dijeron, "pero te has quedado sin barco". "¿Pero todos estáis bien?", insistió. "Sí, sí, a nadie le ha pasado nada". "Pues entonces hay que celebrarlo", dijo.
Y así se hizo. Nos fuimos todos juntos a comer y a celebrar que estábamos bien, y que estábamos juntos, más allá del regusto amargo al humo y la ceniza que sin nosotros saberlo nos anunciaba el final de una época.
... todavía me brillan los ojos
ResponderEliminarPara quitarse el sombrero.