Cada día la luz es distinta y estos días, que el sol se oculta cada vez más pronto, el cielo parece enrabietado.
martes, 31 de agosto de 2010
lunes, 30 de agosto de 2010
domingo, 29 de agosto de 2010
Ensayos sobre la ciudad
Estos días he estado releyendo los ensayos que agrupan el último libro de María José González Ordovás: De formas y normas. A propósito del insincero poder del urbanismo (Valencia, editorial Tirant lo blanch, 2010, 158 págs.), que recomiendo a todos ustedes. Digo "releyendo" porque la mayoría de los capítulos del libro habían aparecido antes como artículos en revistas o libros colectivos, pero agrupados aquí, y bajo ese título, cobran nueva coherencia y actualidad.
María José González nos recuerda que, en el fondo, la forma es fondo y la ciudad no es simplemente el contexto de nuestras relaciones, sino las relaciones mismas: más que terreno, espacio u objeto, dice expresamente, la ciudad es una relación, una forma de relación. De ahí la importancia de volver la mirada y la reflexión hacia las transformaciones y la intervención sobre esa dimensión privilegiada de lo social que "somos".
Los ensayos que agrupa De formas y normas hacen un repaso crítico a esas transformaciones en un mundo vertebrado absolutamente por el consumo: la zonificación y la dispersión de las urbes actuales como nuevas estrategias de "guetificación", la privatización del espacio urbano, la "estética del contenedor", las estructuras posturbanas... Crítica del presente que no es necesariamente nostalgia de ningún pasado, María José parece compartir las palabras de Luis Martín-Santos cuando afirma que "La ciudad nació como hogar de libertades, de pactos, de participación, y convertirla en un decorado es una traición a su espíritu originario. Una traición que se pagará caro". Al leer los análisis y las reflexiones del libro, uno no puede dejar de pensar en las transformaciones de la ciudad en la que vive, en los grandes, pequeños —y en ocasiones incluso miserables— proyectos que vienen dado forma al espacio urbano en las últimas décadas, y con los que nuestros políticos locales siguen encarnando el viejo ideal ilustrado del jardinero, ahora al servicio de la globalización económica y del consumo.
Pero la reflexión crítica no está exenta de aspiración o deseo: "articular polis y urbs de modo adecuado a las nuevas realidades. Que la ciudad no sea Estado sin sociedad ni sociedad sin Estado, que la forma urbana no sea consagración legitimante de la desigualdad, que la administración de lo público procure los máximos niveles de justicia sin impedir la espontaneidad que en lo político llamamos libertad".
En algún lugar leí que un buen libro debería ayudar a conseguir al menos uno de estos cuatro objetivos: sabiduría, piedad, deleite y utilidad. En cierto modo, y a su manera, el libro de María José González ayuda en cada una de esas cuatro dimensiones.
viernes, 27 de agosto de 2010
Zona saturada
Como otras veces, ayer hice la experiencia de dormir en una casa contigua a lo que eufemísticamente la legislación urbanística llama "zona saturada" y que no es más que una calle en la que se concentran unos cuantos bares y, sobre todo, la gente pasa la noche de copas en la calle, hablando, cantando y gritando porque, al parecer, algunos individuos —e individuas, por supuesto— para pasárselo bien necesitan estar muchos, muy apretados y que haya mucho ruido. Desconozco por qué es así, pero lo es.
No es que se tratara de un experimento. Es que fui a pasar un par de días al pueblo y ahí tienen en qué se ha convertido eso de la tranquilidad de la vida rural. Lo de ayer tenía además su énfasis porque a eso de las 02:30 —de la madrugada, sí— entre ese marea de humanoides mareados apareció una charanga liderada por un descerebrado con megáfono que se acomodó durante un buen rato —no sólo él, la charanga entera— bajo la ventana de mi dormitorio. Supongo que el tontolaba del megáfono tenía algún título de animador sociocultural, porque se encargó de amenizar la velada para que el resto de las jóvenes ovejas bailaran y cantaran lo que él decía, y así disfrutamos durante una media hora de un intenso repaso a todo el repertorio del folclore popular más cutre: desde los más clásicos ("si te ha pillao la vaca jódete...") hasta los más recientes ("a por ellos oe, oe, oe"), pasando por todo tipo de sugerencias y peticiones, incluido el "cumpleaños feliz".
Uno de los vecinos me contaba esta mañana que él ayer (en puridad debería decir "hoy"), como otras noches, llamó a la policía municipal, pero que verdes las han segado. Nunca aparecen. Quien sabe si porque son ellos los que prefieren hacer la vista gorda o porque quienes les dirigen —el alcalde y compañía— no están dispuestos a tomar medidas que puedan calificarse de "represivas" con esos pobres chicos y chicas que al fin y al cabo no hacen otra cosa sino ejercer su humilde derecho a divertirse (aunque sea a gritos, dejando la calle hecha una guarrada y a costa del descanso, la salud y la integridad física y moral de los demás). Al fin y al cabo, nuestros políticos son progresistas y populares y además a ver si luego, si no, los jovencitos nos van a salir con cualquier tipo de complejos. Y seguramente, también, y al margen de cualesquiera otras hipótesis sobre la ordenación de los intereses de los representantes de la ciudad, porque qué mejor forma de tener bien reprimido al personal, sin que ellos lo sepan, que fomentar todo tipo de gregarismo.
De todas maneras, como no había quien pudiera pegar ojo, decidí imaginar un hipotético debate sobre la cuestión, que tal vez empezara cuando mi vecino, cansado de tanto folclore y ruido nocturno, bajara a preguntarle de forma absolutamente educada y cordial al fulano del altavoz:
— ¡Perdona, oye, una cosa...! (las admiraciones acompañan en todo momento porque ya se sabe que en esos ambientes, para entenderse, hay que hablar a gritos a la oreja del compañero)
—¡¿Sí...?!
—¡Oye, ya que estáis así!, ¿por qué no váis a tocar a casa de vuestra puta madre, o de la del alcalde, para que os ría la gracia?
—¡Hey, tío, no te pases! Si te molesta te vas...
—Sí, me molesta, pero no puedo irme, es que vivo aquí. Y aunque pudiera, ¿y si no quiero irme? Entiendo que si me echo a dormir en la puerta de una fundición siderometalúrgica va a haber ruidos, pero en el centro del pueblo, a las tres de la madrugada...
—Oye, abuelo, pues vete a protestarle al alcalde. ¿Dónde vamos a ir si no? La calle es de todos y nosotros también tenemos derecho a divertirnos.
—Por supuesto que es de todos, no sólo vuestra, y quienes vivimos aquí queremos dormir. Y seguro que el alcalde y la policía tiene su parte de culpa, pero la más importante te corresponde a tí, que eres el que está molestando. Si no, podría entenderse que quien atropella a una persona no es responsable porque no había un policía que lo impidiera...
—Oye oye, no te pases —dijo amenazante— que nosotros no hemos atropellado a nadie...
Aun iba a proseguir el debate, pero el responsable del tambor, con un rápido y fuerte toque sincopado anunció el inició de otra nueva melodía, a la que se sumaron el siguiente compás el saxofón, el trombón de varas y las trompetas, y que ahogó completamente las palabras de mi vecino, que trataba de insistir en que si realmente eran tan enrollados y divertidos y transgresores, por qué no iban a montar la juerga a casa del alcalde, o a la suya propia...
El del megáfono se dió la media vuelta y bailando y sonriendo le hizo un gesto a otro de sus colegas con el dedo en la cabeza para quitarle importancia al asunto y que no acabara en bronca. Quién sabe lo que hubiera ocurrido si en ese momento llega al fin la policía. Seguramente hubieran detenido a mi vecino, por provocador y alborotador, acusado de alterar la tranquilidad y el orden público.
No es que se tratara de un experimento. Es que fui a pasar un par de días al pueblo y ahí tienen en qué se ha convertido eso de la tranquilidad de la vida rural. Lo de ayer tenía además su énfasis porque a eso de las 02:30 —de la madrugada, sí— entre ese marea de humanoides mareados apareció una charanga liderada por un descerebrado con megáfono que se acomodó durante un buen rato —no sólo él, la charanga entera— bajo la ventana de mi dormitorio. Supongo que el tontolaba del megáfono tenía algún título de animador sociocultural, porque se encargó de amenizar la velada para que el resto de las jóvenes ovejas bailaran y cantaran lo que él decía, y así disfrutamos durante una media hora de un intenso repaso a todo el repertorio del folclore popular más cutre: desde los más clásicos ("si te ha pillao la vaca jódete...") hasta los más recientes ("a por ellos oe, oe, oe"), pasando por todo tipo de sugerencias y peticiones, incluido el "cumpleaños feliz".
Uno de los vecinos me contaba esta mañana que él ayer (en puridad debería decir "hoy"), como otras noches, llamó a la policía municipal, pero que verdes las han segado. Nunca aparecen. Quien sabe si porque son ellos los que prefieren hacer la vista gorda o porque quienes les dirigen —el alcalde y compañía— no están dispuestos a tomar medidas que puedan calificarse de "represivas" con esos pobres chicos y chicas que al fin y al cabo no hacen otra cosa sino ejercer su humilde derecho a divertirse (aunque sea a gritos, dejando la calle hecha una guarrada y a costa del descanso, la salud y la integridad física y moral de los demás). Al fin y al cabo, nuestros políticos son progresistas y populares y además a ver si luego, si no, los jovencitos nos van a salir con cualquier tipo de complejos. Y seguramente, también, y al margen de cualesquiera otras hipótesis sobre la ordenación de los intereses de los representantes de la ciudad, porque qué mejor forma de tener bien reprimido al personal, sin que ellos lo sepan, que fomentar todo tipo de gregarismo.
De todas maneras, como no había quien pudiera pegar ojo, decidí imaginar un hipotético debate sobre la cuestión, que tal vez empezara cuando mi vecino, cansado de tanto folclore y ruido nocturno, bajara a preguntarle de forma absolutamente educada y cordial al fulano del altavoz:
— ¡Perdona, oye, una cosa...! (las admiraciones acompañan en todo momento porque ya se sabe que en esos ambientes, para entenderse, hay que hablar a gritos a la oreja del compañero)
—¡¿Sí...?!
—¡Oye, ya que estáis así!, ¿por qué no váis a tocar a casa de vuestra puta madre, o de la del alcalde, para que os ría la gracia?
—¡Hey, tío, no te pases! Si te molesta te vas...
—Sí, me molesta, pero no puedo irme, es que vivo aquí. Y aunque pudiera, ¿y si no quiero irme? Entiendo que si me echo a dormir en la puerta de una fundición siderometalúrgica va a haber ruidos, pero en el centro del pueblo, a las tres de la madrugada...
—Oye, abuelo, pues vete a protestarle al alcalde. ¿Dónde vamos a ir si no? La calle es de todos y nosotros también tenemos derecho a divertirnos.
—Por supuesto que es de todos, no sólo vuestra, y quienes vivimos aquí queremos dormir. Y seguro que el alcalde y la policía tiene su parte de culpa, pero la más importante te corresponde a tí, que eres el que está molestando. Si no, podría entenderse que quien atropella a una persona no es responsable porque no había un policía que lo impidiera...
—Oye oye, no te pases —dijo amenazante— que nosotros no hemos atropellado a nadie...
Aun iba a proseguir el debate, pero el responsable del tambor, con un rápido y fuerte toque sincopado anunció el inició de otra nueva melodía, a la que se sumaron el siguiente compás el saxofón, el trombón de varas y las trompetas, y que ahogó completamente las palabras de mi vecino, que trataba de insistir en que si realmente eran tan enrollados y divertidos y transgresores, por qué no iban a montar la juerga a casa del alcalde, o a la suya propia...
El del megáfono se dió la media vuelta y bailando y sonriendo le hizo un gesto a otro de sus colegas con el dedo en la cabeza para quitarle importancia al asunto y que no acabara en bronca. Quién sabe lo que hubiera ocurrido si en ese momento llega al fin la policía. Seguramente hubieran detenido a mi vecino, por provocador y alborotador, acusado de alterar la tranquilidad y el orden público.
jueves, 26 de agosto de 2010
El final de una época
Mi abuelo materno tenía un barquito. Bueno, tuvo varios, aunque no simultáneamente. Empezó con una pequeña barca de remos; con los años se pasó a una pequeña fueraborda; y luego a otro, más grande, intraborda, ganándo así progresivamente metros de eslora y par motor. Aunque yo los conocí todos, no recuerdo si finalmente fueron dos o tres. Era su hobby, y nosotros disfrutábamos también de él, aprendiendo mientras jugábamos a marineros.
Lo que sí recuerdo es el final de la historia, porque yo tenía entonces 17 años y estaba a bordo la mañana en la que se incendió el barco cuando estaba amarrado en el puerto, fruto al parecer de una mala combustión del motor, acumulación de gases y una pequeña explosión que lo incendió rápidamente todo y originó una intensa humareda que se convirtió en la noticia del día en toda la bahía.
Ese día mi abuelo estaba trabajando, así que le llamaron para decirle que el barco se había incendiado totalmente: "¿Le ha pasado algo a alguien?", preguntó él. "No", le dijeron, "pero te has quedado sin barco". "¿Pero todos estáis bien?", insistió. "Sí, sí, a nadie le ha pasado nada". "Pues entonces hay que celebrarlo", dijo.
Y así se hizo. Nos fuimos todos juntos a comer y a celebrar que estábamos bien, y que estábamos juntos, más allá del regusto amargo al humo y la ceniza que sin nosotros saberlo nos anunciaba el final de una época.
Lo que sí recuerdo es el final de la historia, porque yo tenía entonces 17 años y estaba a bordo la mañana en la que se incendió el barco cuando estaba amarrado en el puerto, fruto al parecer de una mala combustión del motor, acumulación de gases y una pequeña explosión que lo incendió rápidamente todo y originó una intensa humareda que se convirtió en la noticia del día en toda la bahía.
Ese día mi abuelo estaba trabajando, así que le llamaron para decirle que el barco se había incendiado totalmente: "¿Le ha pasado algo a alguien?", preguntó él. "No", le dijeron, "pero te has quedado sin barco". "¿Pero todos estáis bien?", insistió. "Sí, sí, a nadie le ha pasado nada". "Pues entonces hay que celebrarlo", dijo.
Y así se hizo. Nos fuimos todos juntos a comer y a celebrar que estábamos bien, y que estábamos juntos, más allá del regusto amargo al humo y la ceniza que sin nosotros saberlo nos anunciaba el final de una época.
viernes, 20 de agosto de 2010
A vueltas con Bolonia
Leo en la prensa que el presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas ha dicho, en un debate celebrado en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, que algunos profesores de la Universidad española no sabrán adaptarse al cambio "brutal" que implica la entrada definitiva en el Espacio Europeo de Educación Superior, es decir, todo eso que popularmente se conoce como el "Plan Bolonia" (veáse aquí). No me cabe la menor duda; porque todo cambio implica resistencias.
Lo que no ha dicho tan claramente el presidente de los rectores españoles es que en general las Universidades públicas españolas, como instituciones, tampoco van a saber adaptarse al "brutal" cambio que debería implicar la puesta en marcha de eso que se ha dado en llamar el Plan Bolonia. En primer lugar, y sobre todo, porque los medios con los que cuentan son raquíticos y en general están mal administrados; segundo, porque políticamente sus rectores tampoco están dispuestos a tomar las decisiones "brutales" que realmente implica la necesaria reconversión universitaria; en tercer lugar, porque la propia organización administrativa de las Universidades Públicas plantea numerosos obstáculos para acometer la reforma en profundidad; y en cuarto, entre otras muchas más razones, porque seguramente la propia opinión pública -por así llamarla- tampoco estaría dispuesta a asumir realmente en todas sus implicaciones una nueva Universidad de calidad, y en muchos casos prefiere academias baratas en la puerta de su casa con tal de que le expidan un título.
De ahí que todo eso que se llama "Plan Bolonia", en realidad, en la mayoría de las ocasiones, no es más que una gran mentira: nuevos planes de estudio que o no tienen nada de nuevos o no se cumplen por falta de medios; o nuevas metodologías que no se llevan a la práctica porque no es posible. Pero, como siempre, y con ayuda de los especialistas, basta con poner nuevos nombres a las cosas para que todo parezca renovado. Otro día, si ustedes quieren, ponemos ejemplos.
No sé exactamente cuál es la relación que tiene todo esto, pero seguro que la tiene, con el hecho de que las propias Universidades españolas sigan sin conseguir hacerse un hueco entre las mejores universidades del mundo, a la vista del último ranking (ver aquí).
Lo que no ha dicho tan claramente el presidente de los rectores españoles es que en general las Universidades públicas españolas, como instituciones, tampoco van a saber adaptarse al "brutal" cambio que debería implicar la puesta en marcha de eso que se ha dado en llamar el Plan Bolonia. En primer lugar, y sobre todo, porque los medios con los que cuentan son raquíticos y en general están mal administrados; segundo, porque políticamente sus rectores tampoco están dispuestos a tomar las decisiones "brutales" que realmente implica la necesaria reconversión universitaria; en tercer lugar, porque la propia organización administrativa de las Universidades Públicas plantea numerosos obstáculos para acometer la reforma en profundidad; y en cuarto, entre otras muchas más razones, porque seguramente la propia opinión pública -por así llamarla- tampoco estaría dispuesta a asumir realmente en todas sus implicaciones una nueva Universidad de calidad, y en muchos casos prefiere academias baratas en la puerta de su casa con tal de que le expidan un título.
De ahí que todo eso que se llama "Plan Bolonia", en realidad, en la mayoría de las ocasiones, no es más que una gran mentira: nuevos planes de estudio que o no tienen nada de nuevos o no se cumplen por falta de medios; o nuevas metodologías que no se llevan a la práctica porque no es posible. Pero, como siempre, y con ayuda de los especialistas, basta con poner nuevos nombres a las cosas para que todo parezca renovado. Otro día, si ustedes quieren, ponemos ejemplos.
No sé exactamente cuál es la relación que tiene todo esto, pero seguro que la tiene, con el hecho de que las propias Universidades españolas sigan sin conseguir hacerse un hueco entre las mejores universidades del mundo, a la vista del último ranking (ver aquí).
martes, 17 de agosto de 2010
Un pájaro volando en un bosque de molinos
El día es todo azul, como el mar, como la brisa
acariciando las plumas de los tamarindos.
Todo es luz alrededor, y yo soy sin embargo
un pájaro volando en un bosque de molinos.
(Abriendo la ventana, buscando qué decir
me encontré de repente en un día soleado
"la música lluviosa del verso alejandrino")
acariciando las plumas de los tamarindos.
Todo es luz alrededor, y yo soy sin embargo
un pájaro volando en un bosque de molinos.
(Abriendo la ventana, buscando qué decir
me encontré de repente en un día soleado
"la música lluviosa del verso alejandrino")
domingo, 15 de agosto de 2010
Las cosas que no pasan
La ciudad en fiestas. Aunque el viento viene frío del norte, rizando el mar, la calle es un bullicioso guirigay de gentes diversas fisgoneando y disfrutando todo tipo de espectáculos callejeros: aquí músicos y allá danzantes, gigantes y cabezudos, y vendedores de fuego y de humo por todas las esquinas.
En medio de todo ese carnavalesco mercado, discretamente, un hombre anciano se anuncia como "poeta e inventor de palabras". Su tenderete es humilde: una mesa plegable con varias cajas repletas de cientos de pequeños sobres de colores, del tamaño de una tarjeta de visita. De momento no tiene público -o clientela.
Me acerco a curiosear y me cuenta que en cada uno de los sobres hay pequeños "poemas de la vida" o palabras inventadas por él. Todas necesarias, me dice, y todas distintas. "Y de uso libre y sin derechos", añade. Me ofrezco a comprarle uno de sus poemas, escogiendo uno de los sobres al azar, y de paso me regala una de sus palabras. Dice el poema:
Cuando está inmóvil
arriba, la gaviota,
todo está quieto.
Luego abro el sobre de la palabra:
"Pernambulear": deambular por Pernambuco
En medio de todo ese carnavalesco mercado, discretamente, un hombre anciano se anuncia como "poeta e inventor de palabras". Su tenderete es humilde: una mesa plegable con varias cajas repletas de cientos de pequeños sobres de colores, del tamaño de una tarjeta de visita. De momento no tiene público -o clientela.
Me acerco a curiosear y me cuenta que en cada uno de los sobres hay pequeños "poemas de la vida" o palabras inventadas por él. Todas necesarias, me dice, y todas distintas. "Y de uso libre y sin derechos", añade. Me ofrezco a comprarle uno de sus poemas, escogiendo uno de los sobres al azar, y de paso me regala una de sus palabras. Dice el poema:
Cuando está inmóvil
arriba, la gaviota,
todo está quieto.
Luego abro el sobre de la palabra:
"Pernambulear": deambular por Pernambuco
jueves, 5 de agosto de 2010
martes, 3 de agosto de 2010
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