Ay pena, penita, pena. Ayer, sesión ordinaria del Claustro de la Universidad, su "máximo órgano de representación", integrado por miembros del personal docente e investigador, el personal de administración y servicios y los estudiantes, para discutir y resolver los asuntos de costumbre.
El Rector presenta su informe de gestión y las líneas de actuación para el próximo año, y los representantes de unos y otros grupos y sectores intervienen para reflexionar y debatir sobre el presente y el futuro de la Universidad. Salvo alguna honrosa y aislada excepción —con nombre de mujer— las intervenciones tanto del Rector como del resto de los (y las) intervinientes son grises y planas, tanto en el fondo como en las formas, y la mayoría de ellas únicamente preocupada por saber qué hay de lo mío y con la mirada puesta y fija en lo anecdótico y lo inmediato. Ese tono infantil resulta especialmente enfático en el caso de los estudiantes (supongo que me estoy haciendo mayor), consumidores satisfechos y consentidos enarbolando banderas de marca con aire presuntamente revolucionario. En general, las mismas consignas de los últimos años, aunque la realidad sea radicalmente distinta. Vuelo gallináceo.
Hace unos días estuve en una Universidad de un país Sudamericano. Pobre en recursos y rica en ilusión, sus profesores y estudiantes rebosaban algo de lo que me da la impresión que la mayoría de nosotros, con nuestro triste complejo de hidalgo venido a menos, carecemos: el entusiasmo. Y así seguimos, lamentándonos de lo que podríamos haber sido si no fuera por lo que somos, aferrados a espejismos en un desierto de arena, ay pena, penita, pena.
El Rector presenta su informe de gestión y las líneas de actuación para el próximo año, y los representantes de unos y otros grupos y sectores intervienen para reflexionar y debatir sobre el presente y el futuro de la Universidad. Salvo alguna honrosa y aislada excepción —con nombre de mujer— las intervenciones tanto del Rector como del resto de los (y las) intervinientes son grises y planas, tanto en el fondo como en las formas, y la mayoría de ellas únicamente preocupada por saber qué hay de lo mío y con la mirada puesta y fija en lo anecdótico y lo inmediato. Ese tono infantil resulta especialmente enfático en el caso de los estudiantes (supongo que me estoy haciendo mayor), consumidores satisfechos y consentidos enarbolando banderas de marca con aire presuntamente revolucionario. En general, las mismas consignas de los últimos años, aunque la realidad sea radicalmente distinta. Vuelo gallináceo.
Hace unos días estuve en una Universidad de un país Sudamericano. Pobre en recursos y rica en ilusión, sus profesores y estudiantes rebosaban algo de lo que me da la impresión que la mayoría de nosotros, con nuestro triste complejo de hidalgo venido a menos, carecemos: el entusiasmo. Y así seguimos, lamentándonos de lo que podríamos haber sido si no fuera por lo que somos, aferrados a espejismos en un desierto de arena, ay pena, penita, pena.
Que no decaiga D. Andrés. Borja piensa alguna cosa interesante al respecto:
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