El otro día me cuentan algunos de sus responsables que se está implantando en España un sistema centralizado de información de (y sobre) las Universidades españolas. Ello permitirá disponer de una gran cantidad de buena informacion estadística, fiable y regularmente actualizada, sobre cada una de las Universidades y sobre el conjunto del sistema universitario español: lo que nos cuesta enseñar, aprender e investigar, lo que enseñamos, aprendemos e investigamos realmente, etc. Y con qué recursos —económicos, humanos, sociales— cuenta cada Universidad y qué hace con ellos. ¿No les parece magnífico? Mi pregunta inmediata fue si los investigadores y el resto de los ciudadanos tendrán acceso a esa información. ¿No se imaginan, poder valorar en qué Universidad debería estudiar su hijo teniendo a la luz de toda esa información?¿o poder opinar con datos en la mano sobre cuáles son realmente los retos de la Universidad española, o cuál debería ser la política de esta Universidad o de aquel gobierno autonómico o central? Pero seguro que ustedes saben cual fue la respuesta a mi pregunta: No, el acceso será restringido. ¿Por qué este gusto por la opacidad, este secular miedo a la transparencia?
A veces, suelo recordar en mis clases o en mis trabajos aquellas palabras de El nacimiento de una contracultura, de Theodore Roszak, cuando alertaba, en los años sesenta sobre "el gran secreto de la democracia", que reside, decía Roszak, en su capacidad para convencernos de tres premisas relacionadas entre sí:
a) Que las necesidades vitales del hombre son (contrariamente a todo lo que han dicho todos los espíritus eminentes de la historia) de naturaleza técnica. Lo cual significa: las necesidades de nuestra humanidad competen por entero a algún tipo de análisis formal que puede ser realizado por especialistas poseedores de ciertas habilidades impenetrables, y que éstos pueden traducir directamente a un montón de programas sociales y económicos, procedimientos de dirección de personal, negociación y dispositivos mecánicos. Si un problema no tiene una solución técnica de este tipo, es que no debe ser un problema real. Es una ilusión… una ficción nacida de alguna tendencia cultural regresiva.
b) Que este análisis formal (y altamente esotérico) de nuestras necesidades ha alcanzado ya un noventa y nueve por ciento de perfección. (…) Este supuesto conduce a la conclusión de que siempre que surja una fricción social en la tecnocracia, habrá de deberse a lo que se ha dado en llamar un “fallo en la comunicación”. (…)
c) Que los expertos que han sondeado los deseos de nuestro corazón y que son los únicos que pueden seguir velando nuestras necesidades, los que saben realmente de qué hablan, resultan estar incluidos en las nóminas oficiales del estado y/o las sociedades privadas corporativas. Los expertos que cuentan son los expertos bien certificados, y éstos pertenecen todos a los niveles supremos del mando.
Los demás seguimos siendo menores de edad, y no estamos en condiciones de interpretar sus oráculos. A saber qué llegaríamos a hacer o a pensar si tuviéramos acceso a esa información.
A veces, suelo recordar en mis clases o en mis trabajos aquellas palabras de El nacimiento de una contracultura, de Theodore Roszak, cuando alertaba, en los años sesenta sobre "el gran secreto de la democracia", que reside, decía Roszak, en su capacidad para convencernos de tres premisas relacionadas entre sí:
a) Que las necesidades vitales del hombre son (contrariamente a todo lo que han dicho todos los espíritus eminentes de la historia) de naturaleza técnica. Lo cual significa: las necesidades de nuestra humanidad competen por entero a algún tipo de análisis formal que puede ser realizado por especialistas poseedores de ciertas habilidades impenetrables, y que éstos pueden traducir directamente a un montón de programas sociales y económicos, procedimientos de dirección de personal, negociación y dispositivos mecánicos. Si un problema no tiene una solución técnica de este tipo, es que no debe ser un problema real. Es una ilusión… una ficción nacida de alguna tendencia cultural regresiva.
b) Que este análisis formal (y altamente esotérico) de nuestras necesidades ha alcanzado ya un noventa y nueve por ciento de perfección. (…) Este supuesto conduce a la conclusión de que siempre que surja una fricción social en la tecnocracia, habrá de deberse a lo que se ha dado en llamar un “fallo en la comunicación”. (…)
c) Que los expertos que han sondeado los deseos de nuestro corazón y que son los únicos que pueden seguir velando nuestras necesidades, los que saben realmente de qué hablan, resultan estar incluidos en las nóminas oficiales del estado y/o las sociedades privadas corporativas. Los expertos que cuentan son los expertos bien certificados, y éstos pertenecen todos a los niveles supremos del mando.
Los demás seguimos siendo menores de edad, y no estamos en condiciones de interpretar sus oráculos. A saber qué llegaríamos a hacer o a pensar si tuviéramos acceso a esa información.