En la parada
del autobús, un niño
mira el reloj.
jueves, 24 de noviembre de 2011
jueves, 27 de enero de 2011
Asociacionismo universitario
Interesante comentario, a cargo de Oriol Valentí, en el blog "Abogares", a propósito del asociacionismo universitario (pueden verlo aquí): "En la Universidad de Oxford hay cerca de 21.000 estudiantes y más de 400 asociaciones vinculadas a éstos. Entre la UB, la UPF y la UAB suman cerca de 150.000 alumnos y 180 asociaciones, muchas de ellas vinculadas a partidos políticos. ¿Por qué, pues, el mundo asociativo tiene más implantación entre los jóvenes anglosajones que entre los españoles? ¿Cuáles son los motivos que llevan a ambas sociedades a comportarse de formas tan distintas?" El comentario apunta tres posibles razones: la utilidad que tienen para los propios estudianes, cuya inserción en la actividad universitaria no es puramente académica, sino vital; el apoyo institucional; y el reconocimiento social que tiene el hecho asociativo. Este último tiene mucho que ver con el contexto social. La universidad no es diferente de la sociedad en la que vive y su asociacionismo, el de estudiantes y profesores no se va a diferenciar gran cosa del resto de sus conciudadanos. Pero eso no es una excusa.
miércoles, 26 de enero de 2011
domingo, 16 de enero de 2011
Los mensajes del miedo
domingo, 2 de enero de 2011
Palabras que caducan
P. tiene seis años. A veces, cuando quiere decir algo y no encuentra la palabra adecuada se queda quieto, con la mirada perdida y frunciendo los labios, como en señal de esfuerzo, pensando y rebuscando en su memoria —que es como un pequeño cajón desordenado y lleno de sorpresas— las palabras necesarias; e inmediatamente se queja de que éstas, las palabras, le "caducan". Posiblemente tiene razón. Suele decirse que las palabras se desgastan; y es verdad, a veces se convierten en instrumentos romos e inútiles: tijeras que no cortan, paños que no limpian, bálsamos que no curan, agua que ni lava ni sacia la sed. A veces por el desuso y a veces por el abuso. Y otras, supongo, porque tienen fecha de caducidad. En ocasiones, las palabras caducan.
Empieza el año. El día es fresco y agradable, como el frescor de sábanas nuevas de la primera madrugada del mundo, y como P., por un momento, me pongo a buscar las palabras que lo nombren, que sirvan no sólo para expresar este momento, sino para crearlo. Pero no consigo encontrarlas —mi memoria es un enorme y aburrido baúl desordenado—, me han caducado.
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